Licencia para comer

Necesitamos comer con sabiduría, de forma suficiente y equilibrada para que esa maravillosa orquesta orgánica que nos tiene funcionando, lo haga de la mejor manera.

20 de mayo, 2025 Licencia para comer

Nuestro mundo nos plantea en forma cotidiana nuevos escenarios a los que debemos de hacer frente.  La modernidad tardía se caracteriza por privilegiar lo visual, la imagen, con una satisfacción centrada en el cuerpo. Lo vemos en redes sociales, pero de igual manera percibimos este enfoque en el devenir de cada día: Modas, tendencias y estilos apuntan a la figura ideal como sinónimo de aprobación social, un modo de sentirnos aceptados y validados frente a una sociedad altamente crítica.

Desde tiempo atrás se han considerado como enfermedades metabólicas el sobrepeso y la obesidad. Por su parte el manual de trastornos mentales de la Asociación Psiquiátrica Norteamericana (DSM-5) considera la dismorfia corporal, que incluye la anorexia y la bulimia, como trastornos de percepción de la imagen corporal.  Hace alusión a personas que, estando ya en los huesos, se miran al espejo y se observan gordas.  A estos estados clásicos se han agregado términos como “vigorexia” y “ortorexia” para dar cuenta de estados casi obsesivos con el ejercicio físico y la alimentación. Hay un fondo de fobia social que lleva a conductas obsesivas respecto al ejercicio físico, consumo de suplementos vitamínicos y hábitos alimentarios extremos, que terminan llevando a quien lo padece a situaciones de aislamiento social, desajustes en sus horarios laborales, y tal vez, a cuadros orgánicos severos por el abuso de suplementos alimenticios.

Ahora surge un nuevo trastorno que, hasta donde sé, no tiene un nombre todavía.  Está dentro del espectro de fobias sociales. Son personas con un índice de masa corporal (IMC) normal, que recurren a métodos extremos para bajar de peso, convencidas de que necesitan adelgazar.  He visto casos de mujeres jóvenes y delgadas que se someten a cirugía bariátrica o recurren a productos farmacológicos como semaglutida y otros agonistas del receptor de la hormona GLP-1, para provocar una pérdida de peso. Estos productos se diseñaron originalmente para pacientes con obesidad mórbida y trastornos asociados, como la diabetes mellitus. Por desgracia su uso ha dado un giro mercantil, muchas veces avalados por profesionales médicos, al margen de las regulaciones sanitarias originales.

El afán de perder peso cuando médicamente no es necesario proyecta una urgencia de aprobación frente a un mundo que se percibe como altamente crítico.  Es un decir “si no bajo más de peso, no me van a aceptar”.  Y se hará hasta lo indecible por provocar esa pérdida de peso.  Una vez eliminadas las reservas naturales de grasa, el medicamento continuará su efecto, yendo a generar pérdida de masa muscular y de densidad ósea, con los consecuentes trastornos secundarios.

La cirugía bariátrica, por su parte, ha sido un recurso extremo para pacientes con obesidad mórbida y patologías asociadas, habitualmente diabetes mellitus.  El criterio para operar ha sido bajar de peso al paciente con riesgo inminente para su vida.  Son procedimientos, en su gran mayoría, radicales e irreversibles.  A la vuelta del tiempo se van dando a conocer efectos indeseables de la cirugía.  Frente a lo que representaban los riesgos por la obesidad mórbida, se justifica, tanto el procedimiento como la tarea de sobrellevar esos efectos colaterales.  En el caso de una persona delgada que se somete a una cirugía como estas, es el equivalente a comprar una licencia para comer, aun cuando toda su vida haya tenido una alimentación adecuada en calidad y cantidad y sea delgada al momento de someterse al procedimiento.

La vida necesita energía para cumplir sus ciclos.  Esta se obtiene, en forma natural, de los alimentos. Necesitamos comer con sabiduría, de forma suficiente y equilibrada para que esa maravillosa orquesta orgánica que nos tiene funcionando, lo haga de la mejor manera. Sin lugar a duda desarrollamos trastornos que han de ser atendidos desde el punto de vista médico, con la consigna de proveer al organismo de lo necesario para recuperar su equilibrio.  La vida que llevamos hoy en día genera, por su parte, nuevos trastornos que ameritan ser detectados y atendidos.   Si una persona delgada y que come normalmente manifiesta su deseo de someterse a métodos extremos para perder peso, podemos inteligir que hay un conflicto entre su yo interior y el que se expresa socialmente.  La solución, entonces, no sería apoyar su idea sino llevarla a cuestionarse por qué siente que necesita hacerlo.  El problema es emocional, no metabólico, y la solución es de índole psicológica, nada más.

Este poderoso culto al cuerpo se ha intensificado en los últimos años, sin embargo, si nos remontamos a los años sesenta del siglo pasado, podremos recordar a Twiggy, probablemente la primera modelo esquelética que puso en boga dicha constitución. Con un índice de masa corporal (IMC) de 15, marcó un antes y un después en el modelaje mundial.

La psicoterapeuta británica Susie Orbach, especialista en trastornos de la alimentación, en su libro intitulado “La tiranía del culto al cuerpo”, se refiere a lo que ella denomina la triste inseguridad sobre el propio cuerpo.  Entre otras causas, habla sobre la obsesión por impedir la absorción de alimentos en el tubo digestivo, mediante fármacos y cirugías.

Hay un principio fundacional en la medicina: “Primum non noncere” (primero no hacer daño). Significa que los médicos estamos para diagnosticar y resolver problemas de salud, no para esquivarlos, y mucho menos para, mediante prácticas con un fondo oscuro, generarlos.

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