¿Qué es una Narrativa? Parte 2

Ante la mayor crisis económica, social, de salud, relacional, política y cultural de la historia de la humanidad, la forma en que interpretemos, expliquemos y pongamos en palabras lo que nos sucede será determinante para el mundo...

9 de julio, 2021 ¿Qué es una Narrativa? Parte 2

Ante la mayor crisis económica, social, de salud, relacional, política y cultural de la historia de la humanidad, la forma en que interpretemos, expliquemos y pongamos en palabras lo que nos sucede será determinante para el mundo post-covid que habremos de configurar.

 

La semana anterior decíamos que una narrativa es cada uno de los relatos, historias, explicaciones, crónicas, descripciones, actitudes y protocolos de toda índole, que van desde el mito, las ficciones literarias o cinematográficas, la historia y las creencias en diversos ámbitos hasta las teorías políticas y económicas, patrones de consumo o el modo de hacer ciencia, que combinándose entre sí, articulan de forma coherente una visión del mundo.

Lo mismo es producto de la narrativa de su tiempo la Declaración de los Derechos Humanos de la ONU, promulgada en 1948 que el Código de Hammurabi, promulgado en Babilonia en el 1750 a.C. Sin embargo, ni nuestra cosmovisión vigente le habría servido a Hammurabi para redactar su ley, puesto que ni las condiciones sociales, económicas, políticas y culturales eran propicias, del mismo modo que a nosotros no nos sirve la suya en nuestro tiempo. 

Los cambios sociales determinan la necesidad de reconstruir, repensar, reelaborar las narrativas anteriores para que aquello que pensamos acerca del mundo y de nuestra forma de encararlo se ajuste a las nuevas realidades que tenemos frente a nosotros. Y cuando la interpretación humana de la realidad cambia, la cosmovisión, y por lo tanto las narrativas que le dan cuerpo, deben cambiar también en aras de ser más eficaces para interpretar los desafíos que tenemos ante nosotros.

Los seres humanos, según el contexto y la cultura a la que pertenezcamos, hemos sido alimentados por un cuerpo de narrativas que consideramos “la verdad” y nos habilita para desarrollar una forma particular de ver el mundo, de interpretar los acontecimientos y las acciones de quienes nos rodean, y que resulta determinante en gran parte de lo que nos sucede en la vida. Es como si llevásemos puesto unos lentes con una tonalidad particular en el cristal, que colorea y determina nuestras percepciones. Sustituir conscientemente las historias limitantes –centradas en aprobar sólo lo que guarda semejanza conmigo y mis creencias– por las historias correctas –más inclusivas, más justas y más empáticas– y convertirlas poco a poco en acciones, produce poderosos patrones colectivos que, mediante la reafirmación virtuosa, influirá en la manera en que formamos nuestras representaciones internas. De este modo, entre más nos repitamos una interpretación más verdadera nos parecerá y podremos reproducirla con mayor naturalidad. 

Estas narrativas que construimos para darle coherencia al mundo objetivo exterior con el subjetivo interno, se han manifestado a lo largo del tiempo de formas distintas, que abarcan desde los mitos, las religiones, la literatura, la poesía, la historia, la crónica –tanto personal como colectiva, ya sea de un lugar o un periodo de tiempo determinado–, pero también las narrativas se manifiestan de forma más abstracta, más indirecta como en las ideologías, las prácticas de comercio, la economía en general, la redacción de leyes, la prensa, las artes, en una palabra, todas las áreas del conocimiento humano, incluida la ciencia (en los años cincuenta del siglo XX había supuestos estudios científicos que “demostraban” que el tabaco era bueno para la salud y los propios médicos lo recomendaban). Todas estas variedades de “lo humano” se asientan, se articulan entre sí y modifican sus parámetros dependiendo de las cosmovisiones que los rigen.

Este patrón nos hace entender que es muy probable que lo que hoy defendemos como Verdad incuestionable, en un futuro deje de serlo, o al menos del modo en que lo expresamos hoy. Pero si atendemos al mismo patrón, podemos ver que la tendencia de esas “verdades parciales y temporales” conlleva un crecimiento paulatino y progresivo de la amplitud de quienes se les considera un igual, incremento de la aceptación de las diferencias de todo tipo –ideológicas, raciales, religiosas, culturales–, una ampliación en la diversidad de ideas, de las preferencias sexuales, de visión del mundo y un aumento sensible de la complejidad en todo tipo de sistemas. 

El identificar estas tendencias al desarrollo puede funcionar como una verificación de control sobre las nuevas narrativas que emerjan y de este manera modelarlas en la búsqueda de fomentar el crecimiento y el desarrollo: aquellas que tiendan a lo ya señalado –amplitud, aceptación, diversidad, etc.–, van en el sentido histórico de la evolución humana, mientras aquellas que limiten, restrinjan, excluyan, privilegien a unos grupos por encima de los demás, discriminen, o simplifiquen problemas complejos en aras de adaptarlos a sus propias ideologías estarán representando un movimiento regresivo.   

Cada tiempo, influido por contextos y circunstancias específicas, modifica, adapta y recrea las narrativas previas para darse un nuevo marco de referencia más apropiado a los tiempos y desafíos que se enfrentan.  Y conforme aprendemos estamos obligados a replantearnos y reescribir los relatos que dan sentido a nuestra existencia. 

Una narrativa no son solamente cuentos o historias, sino que cuando ésta se convierte en una manera de entender el mundo, se vuelve un pacto que todos los que forman parte de ella lo suscriben de forma tácita –y la mayoría de las veces inconsciente y acrítica– al estar inmersos en ella. Aún sin observarlo, una narrativa modela nuestra forma de relacionarnos, la ropa que vestimos, el tipo de lugares a los que asistimos, el tipo de trabajo que deseamos tener, el tipo de casa, de coche, de vacaciones, la zona de la ciudad en donde queremos vivir, el tipo de persona de quien queremos enamorarnos… las narrativas se traducen en nuestro interior en creencias. Cada una de nuestras creencias, que pueden o no estar fundadas en acontecimientos y hechos verificables, son narrativas internas que nos permiten articular el mundo y nuestro lugar y nuestro papel en él.

Las grandes ideologías son libretos, son mapas, son piedras rosetas para interpretar el mundo desde una perspectiva. Nos dicen lo que está bien, mal y cómo tenemos que vivir, pero siempre desde una perspectiva parcial e incompleta. No podemos conocer nada desde el todo, tenemos que apoyarnos en un punto, tomar una perspectiva y desde ahí observar. No hay nada malo en ello, pero es importante saberlo. No encaramos la vida desde LA VERDAD, sino desde una posible perspectiva de verdad parcial. 

Ahora el punto es que construyamos narrativas no solo que tengan que ver con quienes somos, sino con la clase de sociedad que queremos ser, aun cuando de inicio nos resulte contraintuitivo o ingenuo. No debemos olvidar que ese cuerpo de ideas y pretensiones con la repetición termina por volverse reales. 

 

 

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Aprendí a colaborar en el hogar por necesitarse un mayor número de manos en las interminables labores domésticas de una casa modesta, que por una educación que se encaminara a la igualdad. Durante el denominado milagro mexicano se logró hacer accesible a la clase media patrimonio como inmuebles, acceso a sistemas de salud, algo de educación de calidad y sobre todo un salario que permitía el desarrollo de la familia tradicional. Por lo que las esposas, no requerían de laborar para apoyar a la familia económicamente, pero sobre todo era natural que si estás obtenían algún ingreso monetario, en realidad era una extensión del salario “del jefe” familiar.  Conocer una mujer divorciada era un hallazgo solo comparable a un avistamiento OVNI, o tan inusual como quien se sacaba la lotería. No recuerdo mucho énfasis en la educación sexual que recibí por parte de mis padres, sumado a que la moral católica imperaba en conocer lo menos posible sobre el pecaminoso tema del sexo. 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Al llegar “las modas” de mayor apertura a la sexualidad, la democracia, las libertades sociales y derechos de las mujeres, estas eran tratadas de forma velada, nunca se dio un espacio importante en los pocos programas de análisis existentes y por lo general se privilegiaba evitar tocar temas polémicos. La sociedad mexicana, históricamente conservadora, gustaba de vivir en el mayor inmovilismo posible que sentenciaba a las mujeres a continuar bajo el yugo del poderoso patriarcado disfrazado de protección masculina. Películas y series controversiales eran censuradas o editadas para que no ofendieran las buenas conciencias mexicanas. Los horarios para las series norteamericanas donde hubieran escenas de mujeres en bikini, sexualidad abierta o temas como la infidelidad eran cercanos a la media noche y siempre cuidando el contenido mediante la edición de las escenas más controversiales, en detrimento de la historia artística original. Los escasos noticieros cumplían como una extensión del cuidado de las audiencias nacionales a las que había que evitarles se contaminaran con ideologías ajenas a nuestra tradición trabajadora y católica, por el ende el feminismo en sus etapas de desarrollo era algo prohibido dentro del arcaico sistema político que sentía haber cumplido con permitir el sufragio femenino. Los contenidos predominantes en los medios de comunicación siempre fueron la familia tradicional, si se llegaba a mencionar a algún gay o una mujer que pretendiese romper con los estándares machistas impuestos, su inclusión estaba destinada para la mofa fácil y exhibirles como fuera de la norma aceptada. Las contadas mujeres empoderadas en las series de televisión eran producto de programas internacionales, y por la misma composición social de la hegemonía PRI-gobierno, se mostraba que esas mujeres eran ajenas a una realidad nacional. 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Toda agrupación humana, en aras de ejercer la libertad con plenitud, requiere fijarse reglas y normas que regulen la convivencia.  Desde mi perspectiva, existen cuatro condiciones que deben respetarse en el individuo de forma universal cuando se plantea una manifestación cultural. Una manifestación cultural es más deseable y valiosa en tanto su expresión y práctica favorezca (y no vulnere, por supuesto) la intimidad, la libertad, la dignidad y la igualdad de los seres humanos, tanto de los que pertenecen a la tradición señalada, como para aquellos que deben tener interacción con ella.   Supera las dimensiones de este texto desarrollar cada uno, y por qué esas y no otras, pero una vez que hemos acordado lo anterior, podemos empezar a comprender la importancia de tener ciertas convenciones universales en las que podamos estar todos de acuerdo.  Y es aquí donde esta comprensión del Universalismo funciona para equilibrar el Multiculturalismo. 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  Ya dijimos que todos los seres humanos somos libres, iguales y dignos, con derecho pleno a una intimidad individual, pero todos estos derechos se equilibran a través de responsabilidades y límites. Poner límites a la libertad es tarea compleja, pero indispensable. Quizá lo más importante sea entender que de hecho la libertad auténtica sólo puede existir dentro de ciertos límites, aunque cuando me refiero a ellos, no me refiero a opresión o barreras, sino a normas de convivencia que fomenten el desarrollo del conjunto social.  Me gustaría poner un ejemplo de cómo los límites, cuando son consensuados y racionales, favorecen la libertad en vez de impedirla. Supongamos que quiero llegar en mi automóvil del punto A al punto B que están en extremos opuestos de la ciudad. Si intento hacer ese recorrido sin atender a los lineamientos que marca el Reglamento de Tránsito y simplemente, de forma “libre”, busco la ruta más directa, lo más probable es que no llegue. 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Simplemente nadie se podría mover puesto que habría automóviles yendo (o intentando ir) de un lugar a otro de forma anárquica, con lo cual las calles estarían bloqueadas y esa supuesta “libertad” de ir hacia dónde yo quiera del modo que yo quiera, habrá operado en mi contra impidiéndome llegar a mi destino.  En ese caso, como en todos donde los límites son puestos con intención de regular y favorecer el flujo de los acontecimientos, tener límites y restricciones racionales y consentidos permiten que los actos de voluntad y las acciones libres tenga lugar, lejos de impedirlos.   Por lo tanto esta es otra consideración de carácter universal: toda agrupación humana, en aras de ejercer la libertad con plenitud, requiere fijarse reglas y normas que regulen la convivencia. Aquí podríamos tomar como base el Contrato Social Roussoniano, que en cierto modo está incluido en los diversos artículos de la declaración de Naciones Unidas cuando se garantiza la libertad, la vida, la personalidad jurídica, a la vida privada, a la igualdad ante la ley, el derecho a la justicia y procesos legales apegado a la ley, e incluso al asilo en una país extranjero en caso de que este listado de garantías no se cumpla. Toda este listado de derechos está naturalmente equilibrado con obligaciones y límites     También es importante apuntar que las conclusiones y acuerdos a las que se lleguen aplicando esta vertiente de  Universalismo están permanentemente sujetos a debate, cambios y adecuaciones, que es lo opuesto de los códigos de acción únicos, inamovibles y permanentes que ciertas construcciones culturales sostienen. Si algo hemos aprendido de la ciencia y de la evolución humana es que siempre hay algo que no vemos, siempre hay un conocimiento que no estamos tomando en cuenta, siempre en la sociedad humana emergen nuevas complejidades que antes se desconocían y que exigen de ser tomadas en cuenta para redefinir acuerdos y soluciones al enfrentar problemas que en escenarios anteriores eran impensables. Incluso los principios que se definen como básicos son sujetos a discusión. 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La emergencia sanitaria representó un retroceso importante en el desigual camino de las mujeres en su aspiración por ser independientes económicamente, así como la obtención del reconocimiento laboral y profesional en un mundo capitalista que siempre privilegia al género masculino. Al reflexionar sobre el sistema patriarcal profundamente arraigado en México me remontó a la cultura y costumbres que en mi infancia y adolescencia nunca cuestioné, dentro de un contexto de invisibilización de la lucha de las mujeres por sus derechos. Me era común ver como a las niñas se les educaba para aprender las labores domésticas del hogar, mientras que a los niños se les dispensaba de colaborar en alguna labor señalada como propia de las mujeres. Te podría interesar: García Luna, el narcopolicía (ruizhealytimes.com) En la tradición familiar observé cómo muchos tíos míos nunca supieron lo que era lavar un plato, limpiar pisos o cocinar algo, salvo que por causas de fuerza mayor se requiriera colaborar con las labores domésticas. Parecía inculcarse que si un esposo o concubino era un buen proveedor económicamente, la pareja femenina debía servir y protegerlo hasta la muerte, por así estar convenido socialmente. En varias familias de aquella clase media capitalina de la postguerra mundial que permitió a los mexicanos tener un nivel de vida holgado, nunca vi a los miembros masculinos reconocer las arduas jornadas domésticas que realizaban “las mujeres de la casa”. Incluso se llegaba a estigmatizar que el trabajo del hogar, en sí mismo no era un trabajo, no contaba como experiencia laboral alguna y por lo general era una obligación casi devocional que las mujeres debían realizar por la tradición de los cánones sociales. Aprendí a colaborar en el hogar por necesitarse un mayor número de manos en las interminables labores domésticas de una casa modesta, que por una educación que se encaminara a la igualdad. Durante el denominado milagro mexicano se logró hacer accesible a la clase media patrimonio como inmuebles, acceso a sistemas de salud, algo de educación de calidad y sobre todo un salario que permitía el desarrollo de la familia tradicional. Por lo que las esposas, no requerían de laborar para apoyar a la familia económicamente, pero sobre todo era natural que si estás obtenían algún ingreso monetario, en realidad era una extensión del salario “del jefe” familiar.  Conocer una mujer divorciada era un hallazgo solo comparable a un avistamiento OVNI, o tan inusual como quien se sacaba la lotería. No recuerdo mucho énfasis en la educación sexual que recibí por parte de mis padres, sumado a que la moral católica imperaba en conocer lo menos posible sobre el pecaminoso tema del sexo. No era imaginable que se hablara de anticonceptivos, interrupción del embarazo, libertad sexual, mucho menos identidad de género que eran conceptos en desarrollo, pero que para aquella época de “bonanza” y buenas costumbres, hubieran sido un choque cultural parecido a un cataclismo. En la televisión solo existían telenovelas que repetían el cuento de la cenicienta con muy pocas modificaciones en el desarrollo de los personajes. Para que una protagonista ascendiera socialmente era necesario que su pureza estuviera garantizada, sin importar mucho que su educación fuera apenas básica, ya que para la trama lo único esencial es que al relacionarse con un hombre productivo, su condición de inferior sería cambiada al transformarse en la esposa de un empresario exitoso. La única excepción existente era que se descubrieran sus lazos sanguíneos perdidos, por alguna desgracia, que la reconocieran  como parte de la oligarquía. Al llegar “las modas” de mayor apertura a la sexualidad, la democracia, las libertades sociales y derechos de las mujeres, estas eran tratadas de forma velada, nunca se dio un espacio importante en los pocos programas de análisis existentes y por lo general se privilegiaba evitar tocar temas polémicos. La sociedad mexicana, históricamente conservadora, gustaba de vivir en el mayor inmovilismo posible que sentenciaba a las mujeres a continuar bajo el yugo del poderoso patriarcado disfrazado de protección masculina. Películas y series controversiales eran censuradas o editadas para que no ofendieran las buenas conciencias mexicanas. Los horarios para las series norteamericanas donde hubieran escenas de mujeres en bikini, sexualidad abierta o temas como la infidelidad eran cercanos a la media noche y siempre cuidando el contenido mediante la edición de las escenas más controversiales, en detrimento de la historia artística original. Los escasos noticieros cumplían como una extensión del cuidado de las audiencias nacionales a las que había que evitarles se contaminaran con ideologías ajenas a nuestra tradición trabajadora y católica, por el ende el feminismo en sus etapas de desarrollo era algo prohibido dentro del arcaico sistema político que sentía haber cumplido con permitir el sufragio femenino. Los contenidos predominantes en los medios de comunicación siempre fueron la familia tradicional, si se llegaba a mencionar a algún gay o una mujer que pretendiese romper con los estándares machistas impuestos, su inclusión estaba destinada para la mofa fácil y exhibirles como fuera de la norma aceptada. Las contadas mujeres empoderadas en las series de televisión eran producto de programas internacionales, y por la misma composición social de la hegemonía PRI-gobierno, se mostraba que esas mujeres eran ajenas a una realidad nacional. El camino “al triunfo” para una connacional tenía como requisitos: ser guapa, sumisa y sobre todo, evitar confrontarse  con los hombres de poder.  Te podría interesar: García Luna culpable, Calderón cómplice (ruizhealytimes.com) Recuerdo a la meritocracia masculina dominar, aun en mis etapas de universidad donde las mujeres lograban tener un espacio verdadero de desarrollo profesional, pero insuficiente para ocupar espacios privilegiados.  A pesar de los avances gigantescos en los derechos de las mujeres en estos tiempos, su rezago económico y de oportunidades es una dolorosa deuda que no termina de saldarse. Incluso quienes tratamos de ser empáticos y solidarios con sus inmensas luchas, padecemos aún desde la infancia de micromachismos que no logramos comprender y erradicar, al haber padecido décadas de influencia donde la cultura patriarcal que nos educó como replicadores de un sistema que privilegiaba la desigualdad entre los géneros." 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