La era del desconcierto y la ira

Más que buscar los males de nuestra era en las diferencias culturales o religiosas, habría que hacerlo en la enorme desigualdad que asuela al mundo en nuestros días.

7 de diciembre, 2022

Aquí y en China se siente, se aprecia un gran malestar. La ira y el desconcierto son los distintivos de nuestra era. El malestar se explica, en buena medida, por la desigualdad que desemboca en ira contra las elites y las clases dirigentes que no supieron entender ni dar respuesta puntual a las demandas de una sociedad disfuncional. Y el desconcierto se origina porque, si bien sabemos que los sistemas que nos gobiernan dejaron de funcionar, no se ve, no se sabe, cómo y con qué sustituirlos. Los intereses, y muy poderosos, nos tienen entrampados en un viejo orden crecientemente disfuncional y muy peligroso para la humanidad. Quizá el primer paso para entender lo que nos pasa sea intentar explicar el porqué llegamos tan lejos. Ello implica revisar nuestras creencias.

Los hombres construimos el mundo con base en ideas y creencias. Los nuevos estudios neurocientíficos prueban cómo nuestra narrativa cerebral, nuestros relatos o historias comunes, nos ayudan a sobrevivir. “… Contábamos cuentos sobre si la conducta de los otros era o no adecuada desde el punto de vista moral, para castigar la mala conducta y recompensar la buena, para lograr que todo el mundo cooperara en el seno de la tribu y poder mantenerla bajo control. Las narraciones sobre héroes y villanos, y las reacciones de júbilo o de rabia que [los] personajes [de los relatos] desencadenaban han sido fundamentales para la supervivencia de la humanidad…”, escribe Will Storr en La ciencia de contar historias. Con el tiempo, el relato deriva en normas, leyes e instituciones. Es el caso del relato liberal del mundo occidental.

Ahora es observable en laboratorio este fenómeno. La experiencia multisensorial que una persona experimenta cuando se introduce en un universo virtual mediante dispositivos tecnológicos –que es lo que quiere decir metaverso– es posible gracias a “la impresionante capacidad imaginativa de la mente humana, que ya vive su propio mundo virtual (…). Si el metaverso es la vivencia ilusoria de un mundo que realmente no existe, la mente humana tiene mucho de metaverso, de ilusión, de interpretación personal de la realidad”, explica Ignacio Morgado Bernal, catedrático emérito de Psicobiología del Instituto de Neurociencia y en la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Barcelona. En otras palabras, el relato que nos da sentido e historia y que guía nuestra conducta personal y comportamiento social se asemeja al metaverso.

Las ideas y creencias de nuestro mundo, que forjaron la sociedad moderna, tienen una larga historia. Se origina en el relato judeocristiano, que he intentado explicar en otros artículos. Ahora me ocuparé acerca de la enorme influencia de estas ideas, acrisoladas en la etapa conocida como la Ilustración. Mi referente son los estudios del pensador indio Pankaj Mishra, plasmados en su libro titulado La edad de la ira. Su planteamiento central es que las ideas de la Ilustración son actualmente compartidas por todos los pueblos de la tierra. Su expansión se debe tanto a la historia del imperialismo europeo y estadunidense, como a la acuciosa lectura hecha, en distintos periodos, por las elites de los países dominados o de aquellas que añoran y envidian el esplendor económico e institucional de Occidente y sus pilares: el liberalismo y el capitalismo.

Me refiero aquí a un solo aspecto del liberalismo, a la idea de la libertad individual como absoluta (el ideal del hombre perfecto, burgués autosuficiente, de moral suprema y desarraigado de su comunidad, encarnado en la novela de Robinson Crusoe,) y sujeto de derechos con capacidad para elegir y decidir por sí (libre albedrío). Y por capitalismo me refiero a los mercados libres, sin regulación, y a la capacidad ilimitada de producción que ha hecho del mismo hombre una mercancía, un insumo del proceso de producción. Esta versión reduccionista del liberalismo y capitalismo, impulsada por Reagan y Thatcher, que forjó hombres tan poderosos como los Estados-nación (Elon Musk y Jeff Bezos), está en la base del gran malestar que cunde por aquí y por allá, entre personas y países. Ya Karl Polanyi, en La gran transformación, daba cuenta de los estragos que ocasionó el experimento utópico del mercado desregulado, que explica las dos grandes guerras mundiales.

Al respecto, explica Mishra, en la obra citada: “Respondiendo a las tesis de [Francis] Fukuyama [se refiere a su ensayo ¿El fin de la historia?, tesis desarrollada en el libro El fin de la historia y el último hombre] en 1989, Allan Bloom se mostraba lleno de oscuros presentimientos sobre la gestión de revueltas contra un mundo «que se ha hecho seguro por unas razones según las entiende el mercado» y «mercado común global cuyo único objetivo es atender a las necesidades y caprichos corporales de los hombres». «Si se busca una alternativa», escribía Bloom, «no hay donde buscarla. Yo sugeriría que el fascismo tiene un futuro, si no el futuro.» El teórico político inglés John Gray advertía sobre la vuelta de «fuerzas más primigenias, nacionalistas y religiosas, fundamentalistas, y pronto, quizá, malthusianas», que la Guerra Fría había acallado; y señalaba la incapacidad intelectual del liberalismo, así como del marxismo en este nuevo orden mundial”.

El ideal del individuo como superhéroe solitario, autosuficiente desarraigado y de moral superior es permitido solamente a unos pocos privilegiados. Para el resto de los hombres el mismo ideal deviene en frustración, resentimiento y rabia. La razón de tales manifestaciones de desazón de millones de personas, en su mayoría jóvenes, es el desamparo, su precariedad, legado de las sucesivas crisis financieras de finales del siglo pasado y de principios de este. Su condición social es el caldo de cultivo de la furia que ha engendrado monstruos asesinos en la calle; además, muchos jóvenes han acogido las banderas del terrorismo y la guerrilla en diversas partes del planeta. ¿Quién inspiró estas aberraciones? Mishra documenta la influencia de las ideas occidentales en el terrorismo de Estado, y la participación de soldados entrenados por la CIA en actos terroristas (v. gr. 11/S), que alimentan las filas del fundamentalismo islámico y otros movimientos en África.

Observa Mishra: “Los flautistas de Hamelin que hay en el DAESH [Estado islámico] han comprendido con particular agudeza que los hombres ofendidos y humillados [tanto en Europa, Estados Unidos o Asia], pueden ser transformados en combatientes obedientes y temerarios si se les ofrece una causa emotiva por la que luchar, sobre todo si está relacionada, aunque sea tenuemente, con la pasada gloria del islam, y el objetivo es el exterminio de un mundo de mediocridad, cobardía oportunismo y compadreo inmoral descorazonadores…”. Esto lo saben y usan los liderazgos populistas. La explotación del sentimiento de humillación, de iniquidad, es lo que explica la ceguera ideológica. El instrumento son religiones en desuso e ideas volátiles de Dios, Patria y Familia, en las que se busca refugio y seguridad ante la precariedad.

El leitmotiv de los ofendidos es el ansia de reivindicación. Más que buscar los males de nuestra era en las diferencias culturales o religiosas, habría que hacerlo en la enorme desigualdad que asuela al mundo en nuestros días y que tanto se parece al periodo de entreguerras del siglo XX. En esta hora puede resultar de enorme utilidad releer a Polanyi. Aunque se equivocó al creer en su magna obra, La gran transformación, que el experimento neoliberal quedaría atrás para siempre. No tenemos memoria. La crisis de hoy habla del fracaso de la educación, y de la forma cómo se enseña historia: aprendemos fechas memorables y nombres famosos sin entender su circunstancia. Lo grave de nuestros días es que seguirá la deriva, pues no queremos reconocer que desigualdad e individualismo iluso alimentan la crisis y el enojo social.

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