8 mil millones de habitantes: retos y desafíos

Con el crecimiento de la población vienen los desafíos de problemas no resueltos del pasado y nuevos retos.

16 de noviembre, 2022

La población mundial ha alcanzado los 8000 millones y seguirá creciendo, de acuerdo con las proyecciones de las Naciones Unidas, para llegar a 8500 millones en 2030 y 9700 millones en 2050. “Se proyecta que alcanzará un pico de alrededor de 10,400 millones de personas durante la década de 2080 y que permanecerá en ese nivel hasta 2100” (https://www.un.org/es/desa-es/la-población-mundial-llegará-8000-millones-en-2022).

El informe Perspectivas de la Población Mundial prevé que “India superará a China como el país más poblado del mundo en 2023”. Pero, “la población mundial está creciendo a su ritmo anual más lento desde 1950, por debajo del 1% en 2020”.

Según el informe de Naciones Unidas, “más de la mitad del aumento de la población mundial previsto hasta 2050 se concentrará en ocho países: Egipto, Etiopía, India, Filipinas, Nigeria, Pakistán, República Democrática del Congo y Tanzania”. 

Un dato interesante es que en los países del África subsahariana, en partes de Asia y América Latina y el Caribe, “la proporción de la población en edad de trabajar (entre 25 y 64 años) ha ido en aumento gracias a las recientes reducciones de la fecundidad”. Este ‘bono’ demográfico es una oportunidad para lograr un mayor crecimiento económico. Y maximizar dicha oportunidad, señala el informe, “los países deben invertir más en su capital humano, asegurando el acceso a la atención de la salud y una educación de calidad en todas las edades, y promoviendo oportunidades de empleo productivo y trabajo decente”.

Otro dato relevante es el hecho de que se “estima que la proporción de la población mundial de 65 años o más aumentará de 10% en 2022 a 16% en 2050”. Y sugieren: “Los países con poblaciones que están envejeciendo deben tomar medidas para adecuar los programas públicos al número creciente de personas mayores, incluyendo el establecimiento de sistemas universales de atención médica y de cuidado a largo plazo, y mejorando la sostenibilidad de los sistemas de seguridad social y pensiones”.

“La población de América Latina y el Caribe, que se ha cuadruplicado entre 1950 y 2022, se prevé que alcance un máximo de 752 millones de habitantes en 2056 y disminuirá hasta alcanzar los 646 millones en 2100”.

Frente a estos datos relevantes, los desafíos para enfrentar ente crecimiento poblacional siguen siendo importantes, donde destacan los retos en salud, cambio climático, alimentación y desigualdad (https://theconversation.com/ocho-mil-millones-de-personas-asi-amenazan-a-la-salud-publica-el-cambio-climatico-y-la-superpoblacion-194421).

“Los investigadores han descubierto que más de la mitad de las enfermedades infecciosas humanas pueden empeorar con el cambio climático. Las inundaciones, por ejemplo, pueden afectar a la calidad del agua y a los hábitats donde bacterias y vectores peligrosos como los mosquitos pueden reproducirse y transmitir enfermedades infecciosas a las persona”. Ejemplos son el dengue, la malaria, hepatitis, enfermedades diarréicas, el cólera, entre otras.

Otro grave riesgo es el aumento de las temperaturas. “El calor excesivo puede exacerbar los problemas de salud existentes, como las enfermedades cardiovasculares y respiratorias. Y cuando el estrés por calor se convierte en insolación, puede dañar el corazón, el cerebro y los riñones y llegar a ser letal. En la actualidad, cerca de 30% de la población mundial está expuesta cada año a un estrés térmico potencialmente mortal. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático estima que ese porcentaje aumentará al menos a  48% y hasta 76% a finales de este siglo”.

Además, el calor puede afectar de manera severa la seguridad alimentaria y del agua. “Una revisión de The Lancet descubrió que las altas temperaturas en 2021 acortaron la temporada de cultivo en unos 9.3 días de media para el maíz y seis días para el trigo en comparación con la media de 1981-2020”.

“La escasez de agua y la sequía tienen el potencial de desplazar a casi 700 millones de personas para 2030. Combinadas con el crecimiento de la población y las crecientes necesidades energéticas, también pueden alimentar conflictos geopolíticos cuando los países se enfrentan a la escasez de alimentos y compiten por el agua”.

Con el crecimiento de la población vienen los desafíos de problemas no resueltos del pasado y nuevos retos. Llegó el momento de tomarnos en serio el vivir en común. No hacerlo nos condena a serios riesgos. ¿Lo atenderemos finalmente?

Contacto: www.marcopaz.mx, [email protected], Twitter @marcopazpellat, www.facebook.com/MarcoPazMX, www.ForoCuatro.tv y www.ruizhealytimes.com.

 

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El 42.2% de los residentes de Vancouver manifiestan no tienen afiliación religiosa*. Acorde con información del informe ARIS*, en los Estados Unidos el 14.1% de los ciudadanos se describe a sí mismo como “sin religión”. La BBC inglesa arrojó en un ejercicio estadístico del 2004, que el 50% de los encuestados no creían en algún ser superior. En Suecia la situación es similar, con un 30% identificado como no creyente, junto con Francia y la República Checa liderando la Unión Europea con números que se ubican entre el 25-29%. Uruguay, Costa Rica, Alemania, Países Bajos, Nueva Zelanda, Noruega, Dinamarca y varios países más poseen números que gravitan entre el 12 y el 35% de su población total, mismos que se han incrementado con el inicio del presente siglo.     Te podría interesar: Hábitos (esenciales) de mi vida diaria (ruizhealytimes.com) Una gran cantidad de hombres y mujeres jóvenes (entre los 18 y los 45 años) han optado por la “no religión” en lugares donde la fe cristiana era predominante y esto obedece en buena medida, acorde con información recopilada en distintos puntos del orbe, a que muchos de sus ritos, prácticas, doctrinas y premisas lucen arcaicos a los ojos del siglo XXI, con su ideología de género, su postura frente al aborto, con la búsqueda de libertad(es) de carácter sexual, económica, los avances científicos, genómicos, etc. En el mismo sentido Brasil y México, dos de los grandes bastiones del cristianismo tradicional (catolicismo), han sido partícipes importantes de la caída que diversos estudios y encuestas reflejan, aun cuando la población general sigue siendo predominantemente cristiana.  No podemos obviar también los numerosos casos de abusos sexuales (la mayoría de ellos cometidos contra menores de edad) que han surgido en diócesis diversas durante las últimas décadas, los cuales no han logrado sino acrecentar la ira y el repudio, justificado sobra decir, de fieles, ateos y agnósticos por igual. Las atrocidades cometidas a lo largo de los siglos por parte de numerosos miembros de la Iglesia cuya sede se encuentra en Roma, y que la misma organización clerical haya permitido u ocultado éstas con mayor o menor grado de impunidad, ha terminado por pasar factura alrededor del mundo.  Aún hoy, a pesar de la ambigüedad con respecto al tema que ha mostrado El Papa Francisco, para la iglesia los actos y conductas homosexuales constituyen un grave pecado mortal debido a que atentan contra el orden natural de la sexualidad creado por Dios, al tiempo que la ideología de género gana terreno en el mundo occidental.  Bajo este contexto quisiera rescatar dos episodios poco conocidos que muestran un escenario distinto del anterior, ajeno a la batalla ideológica que se libra hoy en día; uno donde aquellos clérigos cristianos, aún a pesar de las afrentas, los prejuicios, el miedo y en contra de los mismos preceptos que dictaba la iglesia institucional, lograron llevar ayuda, consuelo y una mínima dosis de paz a seres humanos vulnerables y en situaciones desoladoras, hace no muchos años.  Los inicios de la pandemia  Los últimos meses del año 1979 y los primeros de 1980 comenzaron a arrojar evidencia de que algo grave, infeccioso y mortal, se estaba gestando en diversas ciudades del orbe. Lo anterior venía precedido del punto más álgido en materia de liberación sexual, entre principios de los años sesenta y finales de los setenta, que revindicó o generalizó la sexualidad como parte integral de la condición humana, el papel de la mujer en la sociedad, las relaciones homosexuales, el uso de métodos anticonceptivos y otras posturas y condicionantes que se habían mantenido relegadas u ocultas durante mucho, mucho tiempo.  Si bien es cierto que la información más aceptada dentro de la comunidad científica acerca del origen de la zoonosis que después llevaría el nombre de Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida estipula que ésta comenzó en el continente africano (específicamente en la zona de África central a finales del siglo XIX, siendo Camerún, Gabón, Guinea Ecuatorial y el Congo los epicentros de esta), su evolución al interior del continente tomaría aún varias décadas y su propagación alrededor del mundo, otros años más.  Los tejidos y muestras conservados, así como análisis posteriores han permitido identificar una de las cepas tempranas del virus de inmunodeficiencia humana como el causante de las afecciones que acabaron con la vida de un adolescente en Missouri en 1969, un ayudante naval en Noruega en el año 1976 y una cirujana danesa en 1977, siendo éstos, los primeros rastros de una pandemia que, de a poco, comenzaba a germinar en occidente.    No muchos años después, uno tras otro, día tras día y noche tras noche comenzaron a acudir a diversos centros hospitalarios, públicos y privados, de las ciudades más populosas de la unión americana (New York, Los Ángeles, San Francisco y en otras alrededor del mundo, después) pacientes aquejados de diversas molestias que parecían ser recurrentes: resfriados, fiebres, micosis, neumonías, padecimientos que, en lo general, no deberían representar mayor problema para aquellos a quienes aquejaban: hombres jóvenes, la mayoría entre los veinte y los cuarenta años. La única característica que compartían era su identidad homosexual, aunque los casos de usuarios de drogas autoadministradas por vía intravenosa comenzarían a emerger poco después. Para inicios de 1981, estos casos parecían multiplicarse sin que hubiera una razón específica ni un tratamiento eficaz.  En su libro “Perspectives in a pandemic”, el doctor y especialista en enfermedades infecciosas Kevin Cahill, radicado en Nueva York, recuerda lo sorpresivo que resultó la primera oleada de enfermos. En pocos meses, muchas de aquellas primeras víctimas habían muerto. Algunos otros sólo semanas después de acudir a revisión. Había algo, propagándose de una manera no identificada, que estaba matando a todos aquellos jóvenes de una forma devastadora y nadie sabía con mínima certeza su origen. Menos aún, qué hacer al respecto. ¿Era acaso alguna bacteria, un virus, algo en las drogas recreativas que muchos de ellos consumían? Betty Williams, quien laboraba como trabajadora social encargada de gente sin hogar en Nueva York a finales de los años setenta y principio de los ochenta, habló años después de algo a lo que en un principio se le denominó como “junkie flu” o “resfriado de adicto”; y cito textualmente: “Las historias de horror comenzaron a llegar: hombres y mujeres que se inyectaban, los cuales tenían neumonía o bronquitis, diarreas y morían poco después”.  Estos casos, que pueden rastrearse desde 1975 hasta 1980, no fueron reportados como algo nuevo dado que las afecciones no eran desconocidas y la inmunodepresión no era ajena a un grupo vulnerable como éste, así como dada la renuencia de muchos de los usuarios de drogas intravenosas a acudir a hospitales aun estando enfermos o a proveer información personal.  De manera oficial, la pandemia del sida comenzó el 5 de junio de 1981, cuando el CDC (Centro de Control de Enfermedades, por sus siglas en inglés) reportó casos inusuales de neumonía en cinco hombres homosexuales de Los Ángeles. En el transcurso de los 18 meses siguientes, más casos serían reportados a lo largo y ancho de los Estados Unidos, junto con otras enfermedades oportunistas como el sarcoma de Kaposi, la linfadenopatía, la candidiosis, el herpes, diversas infecciones estomacales, así como fiebre y cansancio generalizado.  El New York Times, en un artículo firmado por Lawrence K. Altman, lo llevaría al público general el 3 de julio de 1981 con el titular: “Rare cancer seen in 41 homosexuals”, siendo uno de los primeros recuentos del síndrome que pasaba de ser un terrible rumor a una realidad aún peor.  Para junio de 1982, con un notorio aumento en el número de diagnósticos, dada la prevalencia en hombres homosexuales y con la teoría de que el agente era transmisible mediante el contacto sexual, se denominó GRID (Gay related immune deficiency) o inmunodeficiencia relacionada con la homosexualidad. Poco después comenzaron a tomar mayor fuerza los casos entre usuarios de drogas, trabajadores sexuales y hemofílicos.  El surgimiento de la COVID-19 puede brindarnos ahora, aunque sea un poco de contexto, con respecto a aquellos años a principios de los ochenta: un escenario plagado de incertidumbre, miedo, zozobra, alienación, desconfianza y el desconocimiento respecto a las vías de contagio (contacto casual, alimentos, superficies, aire, etc) no hizo sino acrecentar el enrarecido ambiente.  Peor aún, derivado de la estigmatización relacionada con los primeros casos (homosexuales, drogadictos, trabajadores sexuales) la gran mayoría de los enfermos se vieron confrontados por la peor versión de la naturaleza humana: el señalamiento, el rechazo, el abandono, la negligencia y la más absoluta soledad. Miembros de diversas congregaciones religiosas llegaron a expresar públicamente que el nuevo padecimiento no era sino “un castigo divino dadas las costumbres y depravación de la comunidad homosexual”.  El caso de Clair Harward, que llegó a los titulares nacionales a través de la Associated Press, no era poco frecuente. Harward, un joven mormón de 26 años diagnosticado en una fase avanzada de sida, sin familiares ni amigos que pudieran ayudarle, acudió a su obispo en Utah, de nombre Bruce Don Bowen, penitente y consciente de su destino para solicitarle consejo y auxilio. Bowen, después de escucharle, le pidió no volver a acercarse a la iglesia y lo excomulgó. Clair Harward moriría solo, algunos meses después en el Saint Benedict´s Hospital de Ogden, Utah.    La gran mayoría de aquellos primeros enfermos perdieron sus trabajos, fueron desalojados de los lugares donde vivían, hubo numerosos padres que desconocieron a sus hijos y se negaron a atenderlos, cuidarlos o incluso verlos tras el descubrimiento de la enfermedad, lo que generó que aún menos individuos quisieran realizarse pruebas de diagnóstico. Muchos de aquellos jóvenes llegaban demasiado enfermos a los hospitales y otros provenían de un entorno agresivo y complejo, como los trabajadores sexuales y los usuarios de drogas y ahora todos debían enfrentar una nueva forma de rechazo. Los pacientes morían por decenas, algunos en sus casas, otros en salas de emergencias, otros en las calles.   La expectativa de vida tras el diagnóstico era de seis meses durante los primeros años de la década de los ochenta. En realidad, había poco que hacer por los hombres y mujeres aquejados por el sida en aquella época que no fuera tratar de proveerles cuidados, alojamiento, muchos de ellos completamente solos, y acompañarlos durante los días y semanas previos a su muerte. Y lo anterior no resultaba una tarea fácil, dado que había muy pocos lugares que aceptaban recibirlos y los hospitales estaban llenos de enfermos en distintas etapas de la afección.  Good Samaritan Project (Kansas City) Una de las personas que con celeridad se dedicó a investigar por su cuenta acerca del virus que aquejaba a las grandes ciudades de Estados Unidos fue el clérigo John Barbone, de la Metropolitan Community Church de Kansas City, Mi. Barbone, una vez que la enfermedad llegó a Missouri a través de los pacientes que regresaban a sus ciudades natales a morir, se abocó al cuidado de los enfermos personalmente para después crear el proyecto denominado Good Samaritan (Buen Samaritano) en 1983. En un inicio, su labor consistía en visitar a aquellos residentes del área (pertenecieran a su congregación o no) que sabía estaban enfermos, en asegurarse que estaban comiendo o acompañarlos a sus citas y auxiliarles con su medicación. Pero una vez que estos fallecían se topó con un problema adicional; tras contactarles, se percató que muchas de las familias de los enfermos no querían saber absolutamente nada de ellos. Ante este escenario, la iglesia decidió hacerse cargo y pagar sus funerales y cremaciones. A pesar de que algunos amigos le ayudaban en su tarea, estos se vieron sobrepasados con rapidez.  Pronto, derivado del número de defunciones (que superaba la veintena por mes, en 1983), Barbone buscó la manera de involucrar más gente en el proyecto para que sirvieran como voluntarios al tiempo que, gracias a una campaña de donaciones, logró hacerse de los servicios de profesionales con formaciones específicas (psicoterapéutica, médica, etc) para abordar la tarea de mejor forma posible. Del mismo modo, la iglesia adquirió una propiedad (Good Samaritan House) que permitía a los enfermos vivir ahí en su etapa terminal de modo que no tuvieran que morir completamente solos. Fueron años difíciles, de mucho desgaste y sufrimiento para enfermos y cuidadores por igual, con pocos medicamentos efectivos, largas horas de agonía y un final casi siempre fatal.  El número de voluntarios del proyecto se elevaría a lo largo de los años hasta alcanzar los 1,200 miembros activos, cuyas labores incluían desde cuidar enfermos, atender líneas telefónicas que proveían información acerca del síndrome y sus características hasta individuos que brindaban orientación acerca de un trato más humano a enfermeras, enfermeros, médicos, etc. en una época en el que incluso el personal de los hospitales se rehusaba a entrar a las habitaciones de los pacientes para dejarles sus comidas del día.   El mismo John Barbone, aunque tiempo después tuvo que delegar el liderazgo del proyecto y retomó sus actividades pastorales y administrativas, estuvo en numerosas ocasiones acompañando a los enfermos en el momento de su muerte, para tratar de brindarles paz y tranquilidad previo a su partida. Para 1999 Good Samaritan Project cambió su nombre a Spirit of Hope y en mayo de 2002, adoptó un nuevo enfoque comunitario llamado Culture of Christ y funcionó, ante la llegada de los efectivos tratamientos antirretrovirales, como centro de acogida para personas sin hogar. Barbone continúa hoy en día involucrado en labores clericales y comunitarias como pastor emérito en Missouri.  Terence Cardinal Cooke (Nueva York) El Dr. Kevin Cahill, el infectólogo y uno de los encargados de la respuesta en la zona metropolitana de Nueva York, recuerda la dificultad para conseguir apoyo y difusión acerca de la enfermedad durante aquellos primeros años. El Estado norteamericano en lo general no actuó rápidamente ante la pandemia que se gestaba de manera local ni federal, mientras que los enfermos y las víctimas se multiplicaban con cada semana transcurrida. Después de tocar varias puertas sin éxito, la persona menos probable llegó para tratar de enfrentar la compleja situación: el arzobispo de Nueva York, Terence Cardinal Cooke. Cooke, cardenal de la iglesia católica romana, era una figura reconocida dentro del ámbito nacional; había sido nombrado Vicario apostólico de las Fuerzas Armadas en 1968, había acudido al Bronx para calmar los disturbios tras el asesinato de Martin Luther King y dirigió el funeral de Robert F. Kennedy en la catedral de San Patricio, además había creado la organización Birthright para apoyar a mujeres embarazadas en situaciones de riesgo o conflictivas. También había creado un fondo de becas para ayudar financieramente a estudiantes de escuelas católicas, entre otras cosas. Su postura en contra del aborto era bien conocida, así como sus desavenencias con las agrupaciones LGBT+.  Te podría interesar: La perspectiva del futuro: los idiotas al poder (ruizhealytimes.com) El arzobispo, que había sido diagnosticado con leucemia mielomonocítica en 1965, tenía contacto frecuente con Cahill quien era parte del grupo médico que supervisaba su estado de salud dado su padecimiento. Al consultarle vía telefónica acerca de los avances con respecto a la nueva enfermedad, Cahill le informó de la pobre respuesta por parte del gobierno y de sus pares médicos para llevar a cabo un simposio acerca del virus y el síndrome que generaba, en buena medida derivado de los grupos a los que ésta aquejaba. La respuesta de Cooke fue más bien un ofrecimiento: él mismo acudiría al evento y brindaría algunas palabras para buscar mayor participación por parte de aquellos involucrados, tanto gubernamentales como civiles.  Una vez que hubo conocimiento de la participación del arzobispo, otras figuras prominentes tales como Ed Koch, el alcalde de Nueva York, que hasta aquel momento había asumido una posición reactiva para enfrentar la pandemia, decidió sumarse a la iniciativa del mismo modo que lo hicieron otros médicos del país y el senador Edward Kennedy.  Durante el simposio, el arzobispo Cooke mencionó:  “El trabajo en equipo debe de ir más allá de la comunidad médica e involucrar gente del ámbito religioso y al sector gubernamental para asegurarnos de que esta crisis se transforme en una oportunidad. Debemos entender los elementos de la pandemia del sida en términos de dolor, sufrimiento, ansiedad y miedo de los seres humanos como individuos y trabajar conjuntamente; Señor, oramos por nuestros hermanos y hermanas que sufren del síndrome de inmunodeficiencia adquirida así como por sus familias y amigos”.  Cooke fallecería poco después, en octubre de 1983, pero su legado no terminaría ahí.  El Terence Cardinal Cooke Health Center, una instalación hospitalaria con 729 camas disponibles además de una unidad de cuidados intensivos y de emergencias sería la primera en tener un ala especializada en el cuidado integral de los enfermos de VIH/Sida, la mayoría de ellos pertenecientes a grupos vulnerables y alienados no sólo socialmente sino también por el cristianismo tradicional (y otras agrupaciones luteranas, pentecostales, etc). Además de atención médica, el centro ofrecería programas de rehabilitación, consejería y apoyo psicológico. Para 1991, la Arquidiócesis Católica de Nueva York había creado cinco centros para atender a pacientes afectados por el síndrome, sumando 324 camas adicionales para ellos.  Sobra decir que existieron muchos, pero muchos más, religiosos y seculares, médicos, voluntarios, hombres y mujeres, que se encargaron de cuidar de los millones de enfermos a lo largo de los años; muchos de ellos, lo hicieron durante aquellos terribles días de principios de la década de los ochenta. Todos y cada uno de aquellos individuos merecen el mayor de los reconocimientos. El pastor John Barbone y el arzobispo Terence Cook son dos de ellos.  Entrevistado en 1989, el monseñor James T. Cassidy, director de salud y supervisor de los hospitales de la arquidiócesis comentó: “El mayor problema no es la falta de hospitales, que sin duda existe, sino la falta de cuidados, de empatía. Nosotros sentimos que la necesidad estaba ahí y era enorme”.  El cristianismo tradicional y el surgimiento de la pandemia del síndrome de inmunodeficiencia adquirida; pocos pares tan opuestos como éste se han presentado a través de los siglos, acercando posturas aparentemente irreconciliables.   Sin embargo, existen determinados momentos a lo largo de la vida y de la historia, en los cuales no importa cuán opuestas o disimiles sean nuestras ideas, perspectivas, creencias o preferencias; si algo resulta cierto es que todos, absolutamente todos necesitamos un refugio en medio de la tormenta.    *Censo Canadiense. 2001. INEGI, México. 2020. Instituto Nacional de Estadísticas, Uruguay. 2006-2015. New York Times archives 1983-2020. The Aids memorial – Stories of Love, Loss and Remembrance. AIDS in Kansas City: The Early Days, Documentary, Nov. 2022. 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Se sumarían a esta Comisión y en apoyo a ésta, la Cámara Mexicana de la Industria de la Construcción, los Colegios de Arquitectos e Ingenieros, Universidades y Organizaciones Civiles. Esta Comisión tiene una titular para la Reconstrucción de la CDMX: Jabnely Maldonado Meza. En su estructura orgánica tiene 6 Direcciones Generales que atienden todos los procesos.

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En riesgo la visión futura de la CDMX (ruizhealytimes.com) Inmuebles afectados e impacto del sismo En su momento, el gobierno de la CDMX reportó que 369 personas perdieron la vida y que se consignaron daños de distinta consideración en poco más de tres mil edificios. De estas edificaciones se colapsaron y fueron sujetas de demolición un total de 38. Con daños de mucha consideración, 331 edificios se determinó que requerían un reforzamiento estructural de gran consideración con demolición parcial de muros y que consecuentemente exigía la desocupación de los mismos para poder iniciar los procesos de reconstrucción. Más de 2700 edificios sufrieron igualmente daños de consideración en sus muros, instalaciones, hidro-sanitarias que exigen reparación de muros, acabados, reposición de elementos de fachada, vidrios, balcones, etc. Mecanismo seguido para financiar la reconstrucción Se estructuró un fideicomiso público, hasta junio de 2018, donde la Secretaria de Administración y Finanzas actuó como fideicomitente único de la Administración Pública. Derivado de lo anterior se creó el Comité Técnico respectivo y se definieron con precisión las reglas de operación y las disposiciones que lo rigen. El fiduciario es Banca Afirme, S.A. Institución de Banca Múltiple. Los recursos son básicamente los aportados o canalizados por el Gobierno de la Ciudad. Su patrimonio lo integran los bienes y derechos establecidos en el contrato de fideicomiso. Del gasto comprometido por 8,335 millones de pesos se han ejercido 7521 ( el remanente será insuficiente para la terminación de las obras). Retos que ha tenido que enfrentar la Comisión desde su origen Irregularidad en la disposición de recursos lo que ha provocado plazos muy largos de gestión y pago a todas las instancias privadas participantes. - Empresas responsables de la demolición - Proyectistas - Constructores - Supervisores Algunos adeudos se remontan al año 2019.   Existen problemas graves en la integración de los expedientes de los damnificados que han obligado a:
  • Acciones de regularización de inmuebles afectados incluyendo los títulos de propiedad.
  • Convenios de concertación.
  • Otorgamiento de facilidades administrativas
  • Exención de pagos por derechos, impuestos y contribuciones.
  • Asignación de notarías para edificios unifamiliares y/o multifamiliares.
Modelos de atención a damnificados:
  • Registro del inmueble afectado en un censo.
  • Emisión de constancias de acreditación de daños.
  • Acreditación de la propiedad, legitima posesión en una mesa legal.
A más de 5 años del sismo, ¿cuáles son los avances? En materia de vivienda unifamiliar, se cuantificaron en la CDMX 10,743, de las que  7,603 están concluidas y entregadas, lo que significa el 70.77%. Aún quedan 1607 por concluir y 1,533 inmuebles están por iniciar obra. En el caso de vivienda multifamiliar, reportaron la entrega de 267 edificios es decir 5170 departamentos, lo que significa que quedan aún más del 20% de edificios por terminar. En cuanto a edificios que constituyen patrimonio cultural e histórico de la ciudad, la Comisión está trabajando en 18 de los 21 templos e iglesias afectados sin reportar ninguna obra concluida. Es decir, que el 30%  o más del programa en la CDMX o esta atrasado o no se ha iniciado. Percepción de los damnificados A partir de la fecha de constitución de la Comisión de Reconstrucción, se dijo que las obras estarían terminadas en 2 años, llevamos cinco y ese retraso hace considerar a los afectados que el programa es un “fracaso”. Los miles de desplazados aún sin respuesta, frustrados, creen que “nunca” volverán a su casa. Si bien puede aducirse que la pandemia provocó un freno significativo a los trabajos, el fondo del problema es la falta de recursos que se refleja en la queja constante de los proveedores de diversa índole.

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Cómo se vislumbra el futuro de la inversión inmobiliaria en México (ruizhealytimes.com) ¿Qué sigue? El día 2 de marzo, se anunció que la Comisión de Reconstrucción dejará de operar para transferir sus acciones pendientes al Instituto de Vivienda de la CDMX. Así, se dice el INVI dará seguimiento a la atención de 1,188 viviendas unifamiliares y a 91 edificios que albergarán a 1,700 departamentos que serán apenas iniciados este año y con un presupuesto de 2 mil 400 millones de pesos. Conclusiones: El programa de reconstrucción de la CDMX ha sido en lo general desastroso. Un atraso en las obras de mas de 3 años a la fecha con miles de damnificados sin poder volver a su hogar. Administrativamente se acreditó en los hechos enormes retrasos en los procesos de evaluación de daños, formulación de dictámenes, elaboración de proyectos ejecutivos, presupuestación, contratación y pago a los ejecutores. El que a esta fecha haya tantas obras por iniciar da cuenta del fracaso. La decisión de trasladar el programa al INVI, solo traerá un mayor quebranto a los damnificados. Imaginen los procesos de entrega recepción y puesta en marcha: son una verdadera pesadilla." ["post_title"]=> string(65) "La comisión para la reconstrucción de la CDMX dejará de operar" ["post_excerpt"]=> string(117) "¿Cuándo se dará la atención correspondiente de todos los damnificados del terremoto del 19 de septiembre de 2017?" 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El 42.2% de los residentes de Vancouver manifiestan no tienen afiliación religiosa*. Acorde con información del informe ARIS*, en los Estados Unidos el 14.1% de los ciudadanos se describe a sí mismo como “sin religión”. La BBC inglesa arrojó en un ejercicio estadístico del 2004, que el 50% de los encuestados no creían en algún ser superior. En Suecia la situación es similar, con un 30% identificado como no creyente, junto con Francia y la República Checa liderando la Unión Europea con números que se ubican entre el 25-29%. Uruguay, Costa Rica, Alemania, Países Bajos, Nueva Zelanda, Noruega, Dinamarca y varios países más poseen números que gravitan entre el 12 y el 35% de su población total, mismos que se han incrementado con el inicio del presente siglo.     Te podría interesar: Hábitos (esenciales) de mi vida diaria (ruizhealytimes.com) Una gran cantidad de hombres y mujeres jóvenes (entre los 18 y los 45 años) han optado por la “no religión” en lugares donde la fe cristiana era predominante y esto obedece en buena medida, acorde con información recopilada en distintos puntos del orbe, a que muchos de sus ritos, prácticas, doctrinas y premisas lucen arcaicos a los ojos del siglo XXI, con su ideología de género, su postura frente al aborto, con la búsqueda de libertad(es) de carácter sexual, económica, los avances científicos, genómicos, etc. En el mismo sentido Brasil y México, dos de los grandes bastiones del cristianismo tradicional (catolicismo), han sido partícipes importantes de la caída que diversos estudios y encuestas reflejan, aun cuando la población general sigue siendo predominantemente cristiana.  No podemos obviar también los numerosos casos de abusos sexuales (la mayoría de ellos cometidos contra menores de edad) que han surgido en diócesis diversas durante las últimas décadas, los cuales no han logrado sino acrecentar la ira y el repudio, justificado sobra decir, de fieles, ateos y agnósticos por igual. Las atrocidades cometidas a lo largo de los siglos por parte de numerosos miembros de la Iglesia cuya sede se encuentra en Roma, y que la misma organización clerical haya permitido u ocultado éstas con mayor o menor grado de impunidad, ha terminado por pasar factura alrededor del mundo.  Aún hoy, a pesar de la ambigüedad con respecto al tema que ha mostrado El Papa Francisco, para la iglesia los actos y conductas homosexuales constituyen un grave pecado mortal debido a que atentan contra el orden natural de la sexualidad creado por Dios, al tiempo que la ideología de género gana terreno en el mundo occidental.  Bajo este contexto quisiera rescatar dos episodios poco conocidos que muestran un escenario distinto del anterior, ajeno a la batalla ideológica que se libra hoy en día; uno donde aquellos clérigos cristianos, aún a pesar de las afrentas, los prejuicios, el miedo y en contra de los mismos preceptos que dictaba la iglesia institucional, lograron llevar ayuda, consuelo y una mínima dosis de paz a seres humanos vulnerables y en situaciones desoladoras, hace no muchos años.  Los inicios de la pandemia  Los últimos meses del año 1979 y los primeros de 1980 comenzaron a arrojar evidencia de que algo grave, infeccioso y mortal, se estaba gestando en diversas ciudades del orbe. Lo anterior venía precedido del punto más álgido en materia de liberación sexual, entre principios de los años sesenta y finales de los setenta, que revindicó o generalizó la sexualidad como parte integral de la condición humana, el papel de la mujer en la sociedad, las relaciones homosexuales, el uso de métodos anticonceptivos y otras posturas y condicionantes que se habían mantenido relegadas u ocultas durante mucho, mucho tiempo.  Si bien es cierto que la información más aceptada dentro de la comunidad científica acerca del origen de la zoonosis que después llevaría el nombre de Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida estipula que ésta comenzó en el continente africano (específicamente en la zona de África central a finales del siglo XIX, siendo Camerún, Gabón, Guinea Ecuatorial y el Congo los epicentros de esta), su evolución al interior del continente tomaría aún varias décadas y su propagación alrededor del mundo, otros años más.  Los tejidos y muestras conservados, así como análisis posteriores han permitido identificar una de las cepas tempranas del virus de inmunodeficiencia humana como el causante de las afecciones que acabaron con la vida de un adolescente en Missouri en 1969, un ayudante naval en Noruega en el año 1976 y una cirujana danesa en 1977, siendo éstos, los primeros rastros de una pandemia que, de a poco, comenzaba a germinar en occidente.    No muchos años después, uno tras otro, día tras día y noche tras noche comenzaron a acudir a diversos centros hospitalarios, públicos y privados, de las ciudades más populosas de la unión americana (New York, Los Ángeles, San Francisco y en otras alrededor del mundo, después) pacientes aquejados de diversas molestias que parecían ser recurrentes: resfriados, fiebres, micosis, neumonías, padecimientos que, en lo general, no deberían representar mayor problema para aquellos a quienes aquejaban: hombres jóvenes, la mayoría entre los veinte y los cuarenta años. La única característica que compartían era su identidad homosexual, aunque los casos de usuarios de drogas autoadministradas por vía intravenosa comenzarían a emerger poco después. Para inicios de 1981, estos casos parecían multiplicarse sin que hubiera una razón específica ni un tratamiento eficaz.  En su libro “Perspectives in a pandemic”, el doctor y especialista en enfermedades infecciosas Kevin Cahill, radicado en Nueva York, recuerda lo sorpresivo que resultó la primera oleada de enfermos. En pocos meses, muchas de aquellas primeras víctimas habían muerto. Algunos otros sólo semanas después de acudir a revisión. Había algo, propagándose de una manera no identificada, que estaba matando a todos aquellos jóvenes de una forma devastadora y nadie sabía con mínima certeza su origen. Menos aún, qué hacer al respecto. ¿Era acaso alguna bacteria, un virus, algo en las drogas recreativas que muchos de ellos consumían? Betty Williams, quien laboraba como trabajadora social encargada de gente sin hogar en Nueva York a finales de los años setenta y principio de los ochenta, habló años después de algo a lo que en un principio se le denominó como “junkie flu” o “resfriado de adicto”; y cito textualmente: “Las historias de horror comenzaron a llegar: hombres y mujeres que se inyectaban, los cuales tenían neumonía o bronquitis, diarreas y morían poco después”.  Estos casos, que pueden rastrearse desde 1975 hasta 1980, no fueron reportados como algo nuevo dado que las afecciones no eran desconocidas y la inmunodepresión no era ajena a un grupo vulnerable como éste, así como dada la renuencia de muchos de los usuarios de drogas intravenosas a acudir a hospitales aun estando enfermos o a proveer información personal.  De manera oficial, la pandemia del sida comenzó el 5 de junio de 1981, cuando el CDC (Centro de Control de Enfermedades, por sus siglas en inglés) reportó casos inusuales de neumonía en cinco hombres homosexuales de Los Ángeles. En el transcurso de los 18 meses siguientes, más casos serían reportados a lo largo y ancho de los Estados Unidos, junto con otras enfermedades oportunistas como el sarcoma de Kaposi, la linfadenopatía, la candidiosis, el herpes, diversas infecciones estomacales, así como fiebre y cansancio generalizado.  El New York Times, en un artículo firmado por Lawrence K. Altman, lo llevaría al público general el 3 de julio de 1981 con el titular: “Rare cancer seen in 41 homosexuals”, siendo uno de los primeros recuentos del síndrome que pasaba de ser un terrible rumor a una realidad aún peor.  Para junio de 1982, con un notorio aumento en el número de diagnósticos, dada la prevalencia en hombres homosexuales y con la teoría de que el agente era transmisible mediante el contacto sexual, se denominó GRID (Gay related immune deficiency) o inmunodeficiencia relacionada con la homosexualidad. Poco después comenzaron a tomar mayor fuerza los casos entre usuarios de drogas, trabajadores sexuales y hemofílicos.  El surgimiento de la COVID-19 puede brindarnos ahora, aunque sea un poco de contexto, con respecto a aquellos años a principios de los ochenta: un escenario plagado de incertidumbre, miedo, zozobra, alienación, desconfianza y el desconocimiento respecto a las vías de contagio (contacto casual, alimentos, superficies, aire, etc) no hizo sino acrecentar el enrarecido ambiente.  Peor aún, derivado de la estigmatización relacionada con los primeros casos (homosexuales, drogadictos, trabajadores sexuales) la gran mayoría de los enfermos se vieron confrontados por la peor versión de la naturaleza humana: el señalamiento, el rechazo, el abandono, la negligencia y la más absoluta soledad. Miembros de diversas congregaciones religiosas llegaron a expresar públicamente que el nuevo padecimiento no era sino “un castigo divino dadas las costumbres y depravación de la comunidad homosexual”.  El caso de Clair Harward, que llegó a los titulares nacionales a través de la Associated Press, no era poco frecuente. Harward, un joven mormón de 26 años diagnosticado en una fase avanzada de sida, sin familiares ni amigos que pudieran ayudarle, acudió a su obispo en Utah, de nombre Bruce Don Bowen, penitente y consciente de su destino para solicitarle consejo y auxilio. Bowen, después de escucharle, le pidió no volver a acercarse a la iglesia y lo excomulgó. Clair Harward moriría solo, algunos meses después en el Saint Benedict´s Hospital de Ogden, Utah.    La gran mayoría de aquellos primeros enfermos perdieron sus trabajos, fueron desalojados de los lugares donde vivían, hubo numerosos padres que desconocieron a sus hijos y se negaron a atenderlos, cuidarlos o incluso verlos tras el descubrimiento de la enfermedad, lo que generó que aún menos individuos quisieran realizarse pruebas de diagnóstico. Muchos de aquellos jóvenes llegaban demasiado enfermos a los hospitales y otros provenían de un entorno agresivo y complejo, como los trabajadores sexuales y los usuarios de drogas y ahora todos debían enfrentar una nueva forma de rechazo. Los pacientes morían por decenas, algunos en sus casas, otros en salas de emergencias, otros en las calles.   La expectativa de vida tras el diagnóstico era de seis meses durante los primeros años de la década de los ochenta. En realidad, había poco que hacer por los hombres y mujeres aquejados por el sida en aquella época que no fuera tratar de proveerles cuidados, alojamiento, muchos de ellos completamente solos, y acompañarlos durante los días y semanas previos a su muerte. Y lo anterior no resultaba una tarea fácil, dado que había muy pocos lugares que aceptaban recibirlos y los hospitales estaban llenos de enfermos en distintas etapas de la afección.  Good Samaritan Project (Kansas City) Una de las personas que con celeridad se dedicó a investigar por su cuenta acerca del virus que aquejaba a las grandes ciudades de Estados Unidos fue el clérigo John Barbone, de la Metropolitan Community Church de Kansas City, Mi. Barbone, una vez que la enfermedad llegó a Missouri a través de los pacientes que regresaban a sus ciudades natales a morir, se abocó al cuidado de los enfermos personalmente para después crear el proyecto denominado Good Samaritan (Buen Samaritano) en 1983. En un inicio, su labor consistía en visitar a aquellos residentes del área (pertenecieran a su congregación o no) que sabía estaban enfermos, en asegurarse que estaban comiendo o acompañarlos a sus citas y auxiliarles con su medicación. Pero una vez que estos fallecían se topó con un problema adicional; tras contactarles, se percató que muchas de las familias de los enfermos no querían saber absolutamente nada de ellos. Ante este escenario, la iglesia decidió hacerse cargo y pagar sus funerales y cremaciones. A pesar de que algunos amigos le ayudaban en su tarea, estos se vieron sobrepasados con rapidez.  Pronto, derivado del número de defunciones (que superaba la veintena por mes, en 1983), Barbone buscó la manera de involucrar más gente en el proyecto para que sirvieran como voluntarios al tiempo que, gracias a una campaña de donaciones, logró hacerse de los servicios de profesionales con formaciones específicas (psicoterapéutica, médica, etc) para abordar la tarea de mejor forma posible. Del mismo modo, la iglesia adquirió una propiedad (Good Samaritan House) que permitía a los enfermos vivir ahí en su etapa terminal de modo que no tuvieran que morir completamente solos. Fueron años difíciles, de mucho desgaste y sufrimiento para enfermos y cuidadores por igual, con pocos medicamentos efectivos, largas horas de agonía y un final casi siempre fatal.  El número de voluntarios del proyecto se elevaría a lo largo de los años hasta alcanzar los 1,200 miembros activos, cuyas labores incluían desde cuidar enfermos, atender líneas telefónicas que proveían información acerca del síndrome y sus características hasta individuos que brindaban orientación acerca de un trato más humano a enfermeras, enfermeros, médicos, etc. en una época en el que incluso el personal de los hospitales se rehusaba a entrar a las habitaciones de los pacientes para dejarles sus comidas del día.   El mismo John Barbone, aunque tiempo después tuvo que delegar el liderazgo del proyecto y retomó sus actividades pastorales y administrativas, estuvo en numerosas ocasiones acompañando a los enfermos en el momento de su muerte, para tratar de brindarles paz y tranquilidad previo a su partida. Para 1999 Good Samaritan Project cambió su nombre a Spirit of Hope y en mayo de 2002, adoptó un nuevo enfoque comunitario llamado Culture of Christ y funcionó, ante la llegada de los efectivos tratamientos antirretrovirales, como centro de acogida para personas sin hogar. Barbone continúa hoy en día involucrado en labores clericales y comunitarias como pastor emérito en Missouri.  Terence Cardinal Cooke (Nueva York) El Dr. Kevin Cahill, el infectólogo y uno de los encargados de la respuesta en la zona metropolitana de Nueva York, recuerda la dificultad para conseguir apoyo y difusión acerca de la enfermedad durante aquellos primeros años. El Estado norteamericano en lo general no actuó rápidamente ante la pandemia que se gestaba de manera local ni federal, mientras que los enfermos y las víctimas se multiplicaban con cada semana transcurrida. Después de tocar varias puertas sin éxito, la persona menos probable llegó para tratar de enfrentar la compleja situación: el arzobispo de Nueva York, Terence Cardinal Cooke. Cooke, cardenal de la iglesia católica romana, era una figura reconocida dentro del ámbito nacional; había sido nombrado Vicario apostólico de las Fuerzas Armadas en 1968, había acudido al Bronx para calmar los disturbios tras el asesinato de Martin Luther King y dirigió el funeral de Robert F. Kennedy en la catedral de San Patricio, además había creado la organización Birthright para apoyar a mujeres embarazadas en situaciones de riesgo o conflictivas. También había creado un fondo de becas para ayudar financieramente a estudiantes de escuelas católicas, entre otras cosas. Su postura en contra del aborto era bien conocida, así como sus desavenencias con las agrupaciones LGBT+.  Te podría interesar: La perspectiva del futuro: los idiotas al poder (ruizhealytimes.com) El arzobispo, que había sido diagnosticado con leucemia mielomonocítica en 1965, tenía contacto frecuente con Cahill quien era parte del grupo médico que supervisaba su estado de salud dado su padecimiento. Al consultarle vía telefónica acerca de los avances con respecto a la nueva enfermedad, Cahill le informó de la pobre respuesta por parte del gobierno y de sus pares médicos para llevar a cabo un simposio acerca del virus y el síndrome que generaba, en buena medida derivado de los grupos a los que ésta aquejaba. La respuesta de Cooke fue más bien un ofrecimiento: él mismo acudiría al evento y brindaría algunas palabras para buscar mayor participación por parte de aquellos involucrados, tanto gubernamentales como civiles.  Una vez que hubo conocimiento de la participación del arzobispo, otras figuras prominentes tales como Ed Koch, el alcalde de Nueva York, que hasta aquel momento había asumido una posición reactiva para enfrentar la pandemia, decidió sumarse a la iniciativa del mismo modo que lo hicieron otros médicos del país y el senador Edward Kennedy.  Durante el simposio, el arzobispo Cooke mencionó:  “El trabajo en equipo debe de ir más allá de la comunidad médica e involucrar gente del ámbito religioso y al sector gubernamental para asegurarnos de que esta crisis se transforme en una oportunidad. Debemos entender los elementos de la pandemia del sida en términos de dolor, sufrimiento, ansiedad y miedo de los seres humanos como individuos y trabajar conjuntamente; Señor, oramos por nuestros hermanos y hermanas que sufren del síndrome de inmunodeficiencia adquirida así como por sus familias y amigos”.  Cooke fallecería poco después, en octubre de 1983, pero su legado no terminaría ahí.  El Terence Cardinal Cooke Health Center, una instalación hospitalaria con 729 camas disponibles además de una unidad de cuidados intensivos y de emergencias sería la primera en tener un ala especializada en el cuidado integral de los enfermos de VIH/Sida, la mayoría de ellos pertenecientes a grupos vulnerables y alienados no sólo socialmente sino también por el cristianismo tradicional (y otras agrupaciones luteranas, pentecostales, etc). Además de atención médica, el centro ofrecería programas de rehabilitación, consejería y apoyo psicológico. Para 1991, la Arquidiócesis Católica de Nueva York había creado cinco centros para atender a pacientes afectados por el síndrome, sumando 324 camas adicionales para ellos.  Sobra decir que existieron muchos, pero muchos más, religiosos y seculares, médicos, voluntarios, hombres y mujeres, que se encargaron de cuidar de los millones de enfermos a lo largo de los años; muchos de ellos, lo hicieron durante aquellos terribles días de principios de la década de los ochenta. Todos y cada uno de aquellos individuos merecen el mayor de los reconocimientos. El pastor John Barbone y el arzobispo Terence Cook son dos de ellos.  Entrevistado en 1989, el monseñor James T. Cassidy, director de salud y supervisor de los hospitales de la arquidiócesis comentó: “El mayor problema no es la falta de hospitales, que sin duda existe, sino la falta de cuidados, de empatía. Nosotros sentimos que la necesidad estaba ahí y era enorme”.  El cristianismo tradicional y el surgimiento de la pandemia del síndrome de inmunodeficiencia adquirida; pocos pares tan opuestos como éste se han presentado a través de los siglos, acercando posturas aparentemente irreconciliables.   Sin embargo, existen determinados momentos a lo largo de la vida y de la historia, en los cuales no importa cuán opuestas o disimiles sean nuestras ideas, perspectivas, creencias o preferencias; si algo resulta cierto es que todos, absolutamente todos necesitamos un refugio en medio de la tormenta.    *Censo Canadiense. 2001. INEGI, México. 2020. Instituto Nacional de Estadísticas, Uruguay. 2006-2015. New York Times archives 1983-2020. The Aids memorial – Stories of Love, Loss and Remembrance. AIDS in Kansas City: The Early Days, Documentary, Nov. 2022. Centers for Disease, Control and Prevention (CDC). " ["post_title"]=> string(40) "El cristianismo y la aparición del SIDA" ["post_excerpt"]=> string(0) "" ["post_status"]=> string(7) "publish" ["comment_status"]=> string(6) "closed" ["ping_status"]=> string(6) "closed" ["post_password"]=> string(0) "" ["post_name"]=> string(39) "el-cristianismo-y-la-aparicion-del-sida" ["to_ping"]=> string(0) "" ["pinged"]=> string(0) "" ["post_modified"]=> string(19) "2023-03-14 10:03:18" ["post_modified_gmt"]=> string(19) "2023-03-14 15:03:18" ["post_content_filtered"]=> string(0) "" ["post_parent"]=> int(0) ["guid"]=> string(35) "https://ruizhealytimes.com/?p=90156" ["menu_order"]=> int(0) ["post_type"]=> string(4) "post" ["post_mime_type"]=> string(0) "" ["comment_count"]=> string(1) "0" ["filter"]=> string(3) "raw" } ["comment_count"]=> int(0) ["current_comment"]=> int(-1) ["found_posts"]=> int(54) ["max_num_pages"]=> float(27) ["max_num_comment_pages"]=> int(0) ["is_single"]=> bool(false) ["is_preview"]=> bool(false) ["is_page"]=> bool(false) ["is_archive"]=> bool(true) ["is_date"]=> bool(false) ["is_year"]=> bool(false) ["is_month"]=> bool(false) ["is_day"]=> bool(false) ["is_time"]=> bool(false) ["is_author"]=> bool(false) ["is_category"]=> bool(true) ["is_tag"]=> bool(false) ["is_tax"]=> bool(false) ["is_search"]=> bool(false) ["is_feed"]=> bool(false) ["is_comment_feed"]=> bool(false) ["is_trackback"]=> bool(false) ["is_home"]=> bool(false) ["is_privacy_policy"]=> bool(false) ["is_404"]=> bool(false) ["is_embed"]=> bool(false) ["is_paged"]=> bool(false) ["is_admin"]=> bool(false) ["is_attachment"]=> bool(false) ["is_singular"]=> bool(false) ["is_robots"]=> bool(false) ["is_favicon"]=> bool(false) ["is_posts_page"]=> bool(false) ["is_post_type_archive"]=> bool(false) ["query_vars_hash":"WP_Query":private]=> string(32) "aa8649510357303c1a8710f1f483e752" ["query_vars_changed":"WP_Query":private]=> bool(false) ["thumbnails_cached"]=> bool(false) ["allow_query_attachment_by_filename":protected]=> bool(false) ["stopwords":"WP_Query":private]=> NULL ["compat_fields":"WP_Query":private]=> array(2) { [0]=> string(15) "query_vars_hash" [1]=> string(18) "query_vars_changed" } ["compat_methods":"WP_Query":private]=> array(2) { [0]=> string(16) "init_query_flags" [1]=> string(15) "parse_tax_query" } }
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