Los otros damnificados

Todos los desastres (sismos, huracanes, incendios) pueden reducirse a frías estadísticas.

27 de septiembre, 2017

 

Todos los desastres (sismos, huracanes, incendios) pueden reducirse a frías estadísticas.

La estadística de la réplica conmemorativa de los sismos del ’85, arrojó un saldo de 40 edificios colapsados y 3,000 dañados.

Fallecieron alrededor de 300 personas.

El recuento de daños lleva a examinar que, muchos de los edificios derruidos o dañados por este último terremoto, debieron ser demolidos o reforzados desde hace 32 años.

Las construcciones realizadas después del ’85, debieron ser supervisadas para que cumplieran con la normativa más estricta que en teoría debió implementarse para que “el niño no volviera a ahogarse en el mismo pozo”.

Aquí es donde los mexicanos resultamos damnificados por un fenómeno del que ni los israelíes, ni los japoneses ni los topos nos pueden rescatar.

Somos damnificados (y copartícipes) del desastre moral que conocemos como corrupción.

A cambio de una “corta” cualquier autoridad se hace de la vista gorda; cualquier inspector da un visto bueno; cualquier delegación expide una licencia de construcción…

En 2009, 49 niños murieron quemados o asfixiados en la guardería (crematorio) infantil ABC en Sonora, donde Margarita Zavala y Gómez del Campo era socia gananciosa (y obviamente, intocable).

En el percance se combinaron dos fenómenos; el siniestro evitable, y la siniestra empresa de la primera dama y sus socios beneficiados por quienes se hicieron de la vista gorda dando como resultado que la guardería se transformara en rosticería y que la $uprema Cohorte de Ju$ticia exonerara al panista Juan Molinar Horcasitas que a la sazón era director del IMSS, y legalmente responsable por la subrogación de guarderías por parte de la institución a su cargo.

Los damnificados por el fenómeno más grave que nos aqueja permanentemente, se convierten en estadísticas en su trayecto hacia el olvido y la repetición.

Los 22 damnificados de Tlatlaya; los 43 damnificados de Ayotzinapa; los “sabrá Dios cuántos” damnificados del 2 de octubre (¿que no se olvida?); los 12,500 damnificados por la ola imparable de homicidios que ha convertido a México en una inmensa fosa común…

Ante la suma total de damnificados, la cifra de muertos y heridos ocasionada por el sismo “conmemorativo”  del pasado 19 de septiembre, resultaría “estadísticamente irrisoria”.

Como diría el inamovible secretario de Comunicaciones y Transportes, Ruiz Esparza: los capitalinos “pasaron un mal rato” de apenas 3 minutos el pasado 19 de septiembre; comparados con el otro mal rato de “dos horas escasas” que tardaron en asfixiarse los damnificados del socavón del libramiento de Cuernavaca.

En un país donde gobierna Mictecacíhuatl (la diosa azteca de la muerte), Margarita Zavala puede aspirar a convertirse en la versión Tlahuica de Hilaria Clinton, y hasta designar a su socio conyugal, el “general cinco x”,  como flamante secretario de la Defensa Nacional, para que dé continuidad a su exitosa estrategia contra el crimen organizado.

El siniestro permanente de la corrupción, tambien cobra vidas; tambien derrumba edificios; tambien ocasiona inundaciones; tambien y sobre todo, niega esperanzas y cancela sueños.

La principal diferencia entre los desastres naturales y los desastres inhumanos que padecemos, es que los naturales no pueden evitarse, pero pueden prevenirse; los nacidos de la corrupción, la impunidad y la indiferencia, pueden evitarse, prevenirse y desde luego, castigar a sus responsables (sí, Chucha; ¿y cuándo?).

Somos damnificados de un modelo económico que ha convertido a los paupérrimos en delincuentes; a los campesinos desprotegidos en narcotraficantes; a las chicas de clase humilde, en “edecanes”; a los jóvenes sin futuro en drogadictos o histriones callejeros.

Los rescatistas israelíes y japoneses no pueden salvarnos de los malos gobernadores, diputados, cenadores (sic), secretarios, presidentes, mini$tro$ y demás presupuestívoros que viven a nuestra costa.

De nosotros depende permitir y hasta disfrutar nuestra condición de damnificados endémicos, o sacudirnos el peso de toda esa cauda de parásitos que pesan sobre la espalda de la patria como la losa del Pípila.

Si no nos rescatamos de inmediato nosotros mismos, ya nos estaremos lamentando después del siguiente terremoto, del próximo huracán, o a partir del siguiente fraude electoral.

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