Podría hacer una lista de los mejores libros del 2015, pero eso implicaría haber tenido que leer cada uno de los libros que se publicaron en el año y es imposible, aunque algunos se empeñen en hacerlo (o realmente es porque leen muy rápido).
A fin de año nos llenamos de listas y más listas nutridas de obras publicadas por las grandes editoriales, que no está mal, pero ya cansan esos top ten. Es curioso pero en cada lista que sale a la luz, hay diez nuevos mejores libros del año, así, alcanzamos a tener hasta 100 mejores libros del 2015, por decir lo menos.
De esta forma, tendríamos que apresurarnos para leer todo lo bueno (si creemos claro, que todos los libros incluidos en dichas listas valen la pena) que se escribió en el año que termina, porque de pronto ya nos vemos en el 2017 y entonces se nos acumulan los libros de dos años y viene el 2018 y terminamos por mandar todo al diablo, porque ya es una lista de 300 mejores libros, que no podremos comprar y ni tiempo tendremos de leerlos.
Entonces nos queda una sensación de vacío, de derrota, porque nos damos cuenta de la monstruosa cantidad de mejores libros que hay, y nos volvemos a nuestro único libro que descansa sobre el buró, y pensamos no en cuántos libros hemos leído, sino cuántos más nos perdimos y nos perderemos.
Cada libro leído deja en la sombra a miles más que nunca leeremos.
Yo no leí cien libros este año, es más, creo que nunca he leído cien libros en un año, a lo más, setenta, y este año apenas alcancé los sesenta y algo. Y llevo la cuenta por pura manía, y porque de alguna forma pienso de la misma forma que Borges: “Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído”.
Y es que sentir orgullo por las lecturas que logramos en el año, a si hayan sido unos pocos libros, nos nutren, nos dejan una sensación de satisfacción, de elemento u elementos adquiridos, algo que no podrán arrebatarnos.
Porque el libro es un “vínculo de memoria (…) uno de los ejes de identidad de un hombre o de una comunidad” (Fernando Báez). Con cada lectura sabemos más sobre nosotros y lo que nos rodea. Logramos alumbrar un poco más sobre nuestro pasado, aquello que, de otra forma, no podríamos conocer.
Recordar es también una acción constante del libro, en ellos, el quiénes somos, dónde estamos y para qué estamos, se intentan o, en el mejor de los casos, se resuelven de tal manera que nos dan significado, identidad. ¿De qué otra forma sabríamos qué es lo que somos?
El propio Báez califica al libro como “una institución de la memoria”, y a los templos de dicha memoria, como museos y bibliotecas.
Este año 2015 que se nos irá perdiendo con el transcurrir de los días, quedará, alguna de sus partes o momentos individuales o colectivos, preservado en alguna novela, artículo, ensayo, poema; pintura, fotografía, etcétera, y que se recogerá por los lectores de los años futuros, éstos que le darán la justa relevancia a este año que termina (solo con la distancia del tiempo podemos dimensionar el impacto real del presente).
Porque también mirar atrás significa volver al libro físico, al de la memoria, para recordarnos y en ello, el entorno y a los otros.
Hagamos pues el ejercicio de recordar los años que se han ido con los libros, con nuestras lecturas.
Dejemos las listas atrás o como un mero divertimento de fin de año. Que las lecturas que hayamos hecho en este huido 2015 y que nos hayan alimentado y enriquecido interiormente, sean nuestros mejores libros, así hayan sido cuatro o cinco (por que vaya, qué obsesión tienen los hacedores de listas con el número diez).
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