Volvamos a la literatura, volvamos a los libros en una forma de escape de lo “real”, a los sueños, ahí donde nos vamos cuando queremos olvidarlo todo, porque allá, posiblemente las cosas estén mejor.
En este caso, hablemos de Las edades de Lulú de la escritora española Almudena Grandes, libro que explica la sinopsis como el “relato de un aprendizaje erótico, explícito y desafiante, y también una perturbadora historia de amor”.
Sí, la obra es todo eso y más. Las edades de Lulú es la expresión misma del deseo desbordado, de ese querer alcanzar todas las variantes del éxtasis corporal. Existe en la narración una necesidad no solo por contar sino por hacer partícipe al lector de las constantes entregas que hace Lulú, sacrificios carnales que se pueden confundir con perversiones.
Lo explícito de las escenas sexuales que se muestran en el relato no están en sí ahí sino en nuestra cabeza, porque si bien Almudena Grandes a sus 28 años (edad en que escribió la novela) supo entender y plasmar en palabras la expresión erótica del cuerpo femenino, la imaginación logra consumar el acto o los actos que presenta: hay una invitación a la pérdida, a la comunicación con la sexualidad de los lectores.
La obra es desafiante en lo que respecta a los tabúes propios de la religión, a la moralidad trasnochada; desafía a los reprimidos, a los que señalan y juzgan, a los sujetos que se la están pasando terriblemente mal por el simple hecho de no ser capaces de arriesgarse a sentir.
Lulú es la manzana que todos quieren morder, y que de hecho muerde Pablo, el hombre del que está enamorada la protagonista, el hombre mayor del que se enamora la quinceañera que ya se frota el sexo al pensarlo.
En la obra encontramos el erotismo, el lenguaje del sexo, aquello que habla, que comunica, pero de igual manera nos enfrentamos a la pasión que es propia únicamente del impulso, de esa exaltación privada que se vuelve sumisa o caótica o incontrolable o delirante, que se alimenta de todo, no discrimina porque ya invadió todos los elementos de la razón y que Lulú va perdiendo y que de tanto Pablo se ve arrastrado, porque los grandes placeres atraen, porque la experimentación es algo tan luminoso que se vuelve casi imposible rechazar.
Aunque perderse en una mujer como Lulú, enferma –así se lo advierten a Pablo-. Es imposible seguirle el paso, es inevitable el tratar de detenerla porque después se entiende que la vida es un poco más importante, la de ella, la que no puede detenerse.
Y es que dejarse a los deseos desbordados también es caerse, ya no solo en excesos, sino en una irrealidad que engulle sin misericordia y que se nota en el cuerpo, en el semblante de Lulú que de pronto ya empieza a parecerse a otra cosa, un poco más deprimente.
Almudena Grandes entendió la locura del sexo, lo comprendió todo, tal vez, pudiese pensarse que el esplendor y decadencia de Lulú en la novela, es eso, una historia que solo ocurre en una ficción, que la sordidez del final es propia de una película, pero no es así, es tan real como actual, como quizá fue en 1989, año en que se publicó Las edades de Lulú.
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