Las cajas dentro de otras cajas

Vivimos en un país, quizá en un mundo, donde todo lo que queremos hacer parece imposible. Las decisiones que van desde nuestro propio sentir, la...

24 de agosto, 2018

Vivimos en un país, quizá en un mundo, donde todo lo que queremos hacer parece imposible. Las decisiones que van desde nuestro propio sentir, la forma en que pensamos, la perspectiva desde la cual vemos las cosas y las entendemos, hasta las que tienen que ver con las leyes y situaciones de ámbito social, deben hacerse espacio a través de la lucha: marchas, peticiones airadas, enfrentamientos con la policía (y no hay que olvidar que ellos, también habitan las mismas calles que nosotros, comen lo mismo, tienen los mismos problemas para sobrevivir y sin embargo, les han hecho creer que forman parte de un bando distinto, el del poder: vaya malentendido) y, en los casos extremos, guerras.

Es decir, las rupturas, eso que llamamos modernidad, no se instala de pronto; no llega mágicamente a cambiar las sociedades, no, son batallas en las que también –y siempre- hay sangre.

Veamos las luchas por los derechos civiles, por los derechos humanos; veamos lo que sucede con los temas del aborto, de las garantías a la libertad sexual, la legalización de las drogas y demás temas que poco a poco se abren paso, tratando de hacer entender a unos cuantos que, con un traje y un ceño pedante crean o mantienen leyes, muchas veces, rígidas, cuadradas y rancias, que no permiten el desarrollo de sociedades mejor pensantes y por consiguiente modernas.

Y esto ocurre porque no se entienden los contextos; es decir, ¿cómo puedes hablar de la pobreza si nunca la haz visto, si solo tienes alguna idea de ella, si crees que la pobreza solamente se ejemplifica con una mujer indígena, sentada al medio de un puente peatonal, pidiendo limosna y que carga a un pequeño niño en su rebozo?

¿Cómo puedes hablar en contra del aborto si ni siquiera tienes una idea de cuándo y cómo inicia eso que se llama vida?

¿Cómo vamos a decidir temas de la legalización de las drogas si la seguimos pensando como blanco y negro, buena o mala sin tomar en cuenta que, entre más nos tardemos, no solo habrá más muertes provocadas por ello sino que estamos perdiendo tiempo, que otros países como Estados Unidos ya están ganando en temas de investigación y comercialización legal de la mariguana, por ejemplo? –hay quienes dicen que legalizar las drogas no evitará que los delincuentes sigan delinquiendo, pues claro, ahí no hay nada qué descubrir, pero no todos: muchos de ellos están por necesidad, otros por las circunstancias, otros por el simple hecho de obtener dinero; es decir, si legalmente compites contra ese mercado, ganarás terreno y eso se traduce en personas fuera de la delincuencia o del campo fértil que te hará acercarte a ella (no olviden la prohibición del alcohol en Estados Unidos en los años 20, la famosa Ley seca, para darnos cuenta de que la prohibición crea mercados negros, genera delincuencia organizada, pero sobre todo, hay que poner particular atención al siguiente hecho: todas las muertes relacionadas con ello no sirvieron para algo: hoy no importa esa violencia, y menos cuando vamos a comprar bebidas alcohólicas casi en cualquier lugar).

¿Cómo entender las necesidades de las minorías si se sigue creyendo que las diferencias deben “respetarse” pero de lejos, en sus zonas bien especificadas? Estados Unidos es el ejemplo más claro de exclusión y segregación: con los Native americans no tuvieron una política de inclusión; es decir, de acercarse a ellos de tal manera que fueran parte de su sociedad sino que los arrasaron: ante lo desconocido es mejor alejarse, hacerlo a un lado o exterminarlo.

Y esta tradición de segregar se ve cada día en Estados Unidos: los mexicanos por un lado, los chinos por otro, los italianos por otro, los rusos, los afroamericanos, etcétera.

Desafortunadamente, esta forma de crear sociedades provoca la poca empatía entre los demás y ocasiona la pérdida de riqueza en ideas, tradiciones, pensamientos y maneras de hacer las cosas de aquellos diferentes que, en resumidas cuentas, somos todos.

Somos diferentes a todos, siempre, lo que ocurre es que creemos que nuestras diferencias son las correctas, son las que deben prevalecer y por ende, hacemos todo lo necesario por imponerlas.

Por sentido común deberían aceptarse y, en todo caso, discutirse pero no para saber si se otorgarán derechos y libertades sino para crear estrategias de concientización, de tal manera que la sociedad vea con otros ojos –mucho más sensatos-, tales libertades.

Nos creemos modernos y no lo somos. Se creen modernos los que dictan las leyes y no lo son.

Ahora, ¿cuál es el problema de entendernos superiores o distintos a los demás, de no aceptar las diferencias, de no entender los contextos? Que creemos que nuestra forma de ver la vida y vivirla es la correcta –ahí la cuadratura, ahí la imposibilidad de cambiar, ahí el enfrentamiento para romper ese cuadrado donde nos quieren encerrar a todos-, y a quien no se adapta a los acuerdos sociales establecidos se le llama inadaptado y se le aísla o se le asesina.  

Pensamos que las decisiones que tomamos en nuestra vida son las mismas que deben tomar nuestros hijos –con sus variantes-, y así los contaminamos: no los guiamos, no los preparamos con las herramientas para que hagan su propio camino, sino que les señalamos con el dedo el camino que deben seguir –y este camino casi siempre está lleno de trampas, de errores ya cometidos, de precipicios que nos llevan a los mismos vacíos.

Pensamos que las leyes que actualmente prevalecen son las ideales según nuestro ideario imaginativo –el de las mayorías-, las creencias y por ello los políticos prefieren obviarlo o dejarlo a “consultas”.

Y cuando tenemos una serie de cajas cuadradas dentro de otras cajas cuadradas dentro de otras cajas cuadradas, entonces parecería que cualquier punto que necesitemos cambiar en nosotros mismos y en las sociedades es tarea aparentemente imposible. Sí, el romper cada una de esas cajas para poder asomarnos a la libertad y respirar, implica una tarea muy difícil y muchas veces de sacrificio, pero no hay más alternativas en muchos casos.

Cajas que hemos ayudado a construir y que los gobernantes, con esa facilidad pragmática y demagógica que los caracteriza a la hora de dar carpetazo a los temas, entierran en lo más profundo de los archiveros.

Así, el no se puede, es imposible, no es viable, no es correcto y el “no” tajante se instalan en las sociedades y las aceptamos.

Y a los que piensan distinto se les señala o se les ningunea con la facilidad y osadía que da la ignorancia.

Y no, no hay imposibles (¿quién sabe lo que es imposible?): cuando alguien o muchos les digan que lo que usted quiere hacer o cambiar es imposible, no haga caso, son mentiras.

Urge mirar las situaciones individuales y colectivas desde varios puntos para poder estar más cerca de entender los porqués; con ello estaremos un poco más cerca de lo real, de la verdad, de las soluciones.

 

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