La caída del libro impreso

Los libros digitales aparecieron en el mercado global relativamente hace poco tiempo...

4 de noviembre, 2016

Los libros digitales aparecieron en el mercado global relativamente hace poco tiempo; es decir, toda esa campaña publicitaria masiva y global que nos hizo pensar que en realidad terminarían con el libro impreso, no tiene muchos años.

En su momento escuché comentarios acerca de la inminente muerte del libro, que sería una pieza de museo en unos años, aunque lo cierto es que al día de hoy, el libro digital se colocó más como una alternativa de lectura, a menor precio —existen estadísticas que indican un repunte en la venta de libros en papel en países como Estados Unidos, pero esto, veremos, es un espejismo.

Es decir, el libro impreso se tambaleó –o lo tambalearon— pero no pudo ser derrotado –por ahora.

Yo no me dejo al mero romanticismo del libro objeto, sino a la experiencia de lectura que éste ofrece, y es por esa razón que festejo su fortaleza –momentánea—; sin embargo, el verdadero problema que enfrenta el libro impreso, no es la plataforma en que se lee sino el precio de éste frente al libro digital.

Si bien es cierto que el libro digital da buena satisfacción con relación a la hora de leer, tiene sus asegunes (las plataformas en las que se pueden leer, por ejemplo; y los cambios de formatos que, en el futuro, representarán un problema importante para todos los que ya tengan un buen número de ejemplares adquiridos en tiendas online como puede ser Google Play Libros), pero no son suficientes como para pensar en su derrota frente al libro impreso, es decir, el libro digital retrocedió, sólo para esperar otro momento en el futuro. 

El libro objeto resistió el primer embate, pero sólo eso: no reaccionó, no devolvió el golpe, se quedó quieto.

El verdadero problema que presenta el libro impreso en la actualidad es su precio. Al entrar a una librería y realizar el acto mismo de deambular entre los estantes para encontrarse con el libro o los libros que de entrada ya nos esperan, causaba una sensación agradable, quizá, excitante; sin embargo, hoy ya no ocurre lo mismo debido al grosero incremento de precios que se pueden ver en sus etiquetas.

Novelas que antes (¿hace un año?) se podían encontrar en 180 pesos o 200, ahora están en 280 o 350 pesos. Libros que se podían encontrar en 100 pesos, (tomando como referencia ciertas editoriales, ediciones económicas o de bolsillo, incluso, autores específicos), ahora se encuentran en 150 o 180, y así podemos seguir hasta autores como John le Carré que se cotizan en más de 400 pesos.

Precios prohibitivos considerando el mercado (hablando específicamente de literatura) al que se dirigen.

Alguna vez pensé que esta alza de precios significativa que ha venido ocurriendo desde hace un par de años –hasta la leperada del ahora— era un maquiavélico plan por parte de las grandes editoriales con el fin de ir desapareciendo el libro impreso; es decir, para que sus lectores, de manera lentificada, fueran migrando al libro digital –los libros digitales son mucho más accesibles.

Pero yo todavía pienso que el mundo es increíble y que ese malvado plan solo está en mi cabeza.

Sin embargo, con estos precios, sin duda, el libro impreso corre peligro. Ya no es porque el futuro nos ha alcanzado y por eso el libro digital terminará por imponerse. No es porque las nuevas generaciones ya no leen en papel. No es porque el libro digital ha abierto, democratizado, infinitas posibilidades para publicar casi cualquier cosa. No es por su aparente perpetuidad e incorruptibilidad, sino porque se muestra poco competitivo en su mercado.

El libro impreso está condenado a caer por su propio (nunca mejor dicho) peso. En unos años, con tal inercia, no podrá competir en precio contra su hermano menor, el libro digital.

Algunos dirán que siempre hay alternativas como el libro en PDF (¿ha intentado leer filosofía en eso?) o las librerías de viejo (cada vez hay menos y sus precios también se han incrementado).

En fin, a nosotros los lectores, no nos quedará otra alternativa que traicionar al libro objeto, porque el conocimiento también tiene un hambre voraz que nos impedirá mantenernos fieles como lo hemos hecho hasta ahora.

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