El amor más allá de las flores, los guardapolvos (peluches) o los chocolates, el amor infinitamente más lejos que la fecha misma en que se celebra, es aquel que mueve al individuo y con éste, al mundo, ése sensible, intuitivo, el que se percibe y nos llena de algo que muchas veces interpretamos como felicidad.
El amor no como emoción o impulso efímero (enamoramiento) sino como algo etéreo que nos complementa de tal forma que nos da la proporción necesaria, el equilibrio entre cuerpo y alma, que Platón interpretó como la belleza misma de las cosas.
Amor en sus distintas variantes como puede ser el de la madre al hijo que Aristóteles entendió como el más complejo y profundo de todas las expresiones de amor, aquél que no necesita de nada más que su naturaleza para darse, entregarse a lo creado a ese hijo que es una invención de la naturaleza, de la madre, de la creación.
Amor como origen de uno de los lazos de confianza más estrechos que tenemos los seres humanos, el de la amistad.
Amistad como expresión de conocimiento propio, porque solo al conocernos podemos ser amigos de uno mismo y entonces podremos identificar a aquellos otros individuos que entran en tal categoría.
El amor como filtro, como aquello que separa a los que van de paso, a los ocasionales, a los que no importan porque solo comparten el mismo espacio o el mismo vicio o los mismos fines que al final de cuentas, terminan por ser meras anécdotas o rumores.
El amor termómetro de la madurez, el amor que no olvida pero recuerda a los amigos de la infancia que se han quedado porque ya los gustos son otros, ya las metas han dividido el camino, ya los intereses nada tienen que ver con los que se compartían en la niñez.
El amor en progreso, en continuación perpetua, en un retroalimento infinito, porque es la llama que se hace alma y energía y nos habita en lo profundo del cuerpo.
El amor como acto generoso, el amor fidelidad, el amor sinceridad, el amor empatía, el amor gesto, el amor palabras que reconfortan, el amor manta que nos cubre del frío, el amor pan que se divide en dos, el amor como una acción pasiva, de no reciprocidad sino que al darlo nos llena y crecemos, porque se entiende que no necesitamos que nos devuelvan nada, porque no hay nada que devolver pues éste es un acto sensible, y que nos recompensa aquello infinito, eso imposible que llamamos vida o Madre Tierra o Dios.
El amor pareja que son partes de uno mismo que se entregan al otro y viceversa, en una forma de complemento, de integración absoluta, de un amor que se parece tanto a la felicidad y que ha logrado superar el primer escollo, el del enamoramiento que nubla y grita y se calla y se ciega para todos esos elementos que los niegan, que los imposibilita para llegar al verdadero contacto con el amor, y ¿cuántas veces nos basta con el enamoramiento para seguir viviendo, aun cuando sabemos que podemos pasarnos toda la vida en simulacros?
Habitar el amor es estar en los demás que siempre están a la espera de nosotros que también son ellos.
Amar sí es celebrar, es bailar, danzar a manera de un viaje por los recuerdos y los sueños donde están siempre los que decidimos nos habitaran en algún momento.
Amar es desnudarse y ser traslucidos sin importar nada más.
Amar no como acción cerebral. No como acto químico y biológico: amar desde la intuición del alma, desde la tensión energética entre dos partes, desde la libertad de la consciencia plena del desinterés.
Y el amor se ve en el árbol y las aves y los pastos y el firmamento; el amor tierra, el amor riachuelo, el amor oleaje, el amor arena; el amor ardilla, el amor cascada, el amor como peces; el amor constelaciones, el amor galaxias, el amor planteas; el amor lenguaje, el amor como partes del cuerpo que se tocan.
Entonces así, el amor se ve tal y cómo es, porque una vez que pierde una de sus tantas máscaras (nos hemos acostumbrado a las cáscaras de la superficialidad) como puede ser el falso interés que expresa la cursilería, se puede percibir y ver su pureza, su alma de niño, esa inocencia que maravilla y que de tanto se nos pierde en la adultez.
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