A propósito del cierre de librerías

Hace unos días se anunció que dos librerías del Fondo de Cultura Económica cerrarán en la Ciudad de México...

26 de noviembre, 2016

Hace unos días se anunció que dos librerías del Fondo de Cultura Económica cerrarán en la Ciudad de México debido a recortes presupuestales, que la FCE tendrá un presupuesto menor al del año anterior, según medios de prensa, del 17%.

Cada vez son menos las librerías que pueden mantenerse en pie —sin contar las librerías grandes como Gandhi o Porrúa— ya sea porque la gente cada vez lee menos debido a que no lo cree necesario o fundamental para su vida diaria o porque las librerías más pequeñas no pueden competir en precio, ofertas y catálogo con las más grandes.

El que desaparezcan librerías no lo vemos como algo relevante; es más, es imperceptible, serán algunos cuantos los que caerán en cuenta de que, en ese local donde antiguamente se vendían libros, ahora se sirven platos de comidas varias.

Es desalentador ver cómo poco a poco las fuentes que sirven de resguardo a la cultura van desapareciendo y con ellas, se va un tanto de la esperanza de cambio, el verdadero, no el mesiánico que se nutre de las carencias y anhelos de las mayorías.

Ver que librerías como las del Fondo de Cultura también están cerrando, no es cosa menor, porque aquí no hablamos solo de competencia sino del poco compromiso que tiene el gobierno a este respecto.

Si bien no es novedad que a este gobierno la cultura le importa poco, incluso, se podría intuir que les cuesta trabajo reconocer su valía —más allá del mantenimiento de zonas arqueológicas y el traer alguna que otra exhibición de arte mayor—, piensan que el cine, la televisión y el teatro son la cultura.

En parte lo son, pero aquéllas expresiones culturales no pueden sostenerse sin los pilares que ofrece la escritura, el lenguaje que se expresa en la literatura.

Alguien dijo que más allá de la constitución de un país está el vocabulario, el diccionario como pieza fundamental para el establecimiento del todo: ellos, los que deciden por nosotros, los gobernantes, los administradores, lo ignoran.

El subestimar el poder de los libros nos da una imagen clara del empobrecimiento continuo que se está dando en este país.

Dejemos que las librerías cierren, dejemos morir a los libros, aquello que encierra lo que somos, y entonces dejaremos de reconocernos. No sabremos nada y con ello seguiremos alimentando el empoderamiento de los cínicos, de los políticos que se prestan de la incertidumbre y el desamparo que deja el no saberse, el no tener idea de por dónde ir.

Soslayar esa parte fundamental de la cultura es seguir manteniendo estados paternalistas, es seguir perpetuando la ignorancia, contribuir a la aparición de falsos profetas, demagogos, de oradores utópicos que terminan por enredarnos en sus laberintos, con grandes muros de donde surgen flores que se marchitan pronto.

Un mensaje negativo, uno más para esta sociedad que se la pasa recibiendo malas noticias. Y es que no basta, en un país como éste, la aparición de personas comprometidas con la cultura, los promotores de lectura, pequeños editores, libreros y escritores que aunque puedan parecer muchos, siempre serán pocos.

Los espacios existen, pero son una mínima parte que se dispersa en el inmenso océano de actividades y de proyectos tanto culturales como los alejados de esto.

No bastan las ferias de libro, no bastan las reuniones en cafés, no bastan las tertulias universitarias, no bastan los encuentros literarios, no bastan las presentaciones de libros, si no hay voluntad, por parte del gobierno, para que esta sociedad mejore, para que no terminemos hundiéndonos en la miseria.

La cultura comprometida, la que no sirve de pretexto para parasitar en ella, debe prevalecer pese a cualquier cosa, y es deber de los que leemos seguir alzando la voz para que ésta no se muera junto con nosotros.

La podredumbre social que estamos viviendo viene comandada por el profundo ninguneo que se le ha dado, históricamente, en el mundo, a la cultura.

Sigamos pensando que la pérdida de valores y los pensamientos torcidos, son propios del avance tecnológico, de los tiempos modernos, y no de la ausencia total de cultura que tienen varios sectores de nuestra sociedad.

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