El temor al populismo

El presidente Enrique Peña advierte, por segunda ocasión en pocas semanas, sobre el peligro del populismo. Comparte la misma preocupación con los dos anteriores gobiernos...

3 de septiembre, 2015

El presidente Enrique Peña advierte, por segunda ocasión en pocas semanas, sobre el peligro del populismo. Comparte la misma preocupación con los dos anteriores gobiernos panistas. La inquietud es legítima, toda vez que las experiencias populistas en América Latina han sido desastrosas. Pero más allá de denunciar el fantasma del populismo cabe preguntar: ¿qué lo ocasiona?, e igual de importante: ¿qué hace el gobierno para conjurar a tan terrible y temido espectro? Primero intentaré acercarme a las causas del fenómeno en México. Hace 30 años, a raíz de la bancarrota gubernamental, se formó una gran coalición nacional e internacional para modernizar al país. Así, se privatizaron las principales empresas públicas, se abrió la economía a la competencia comercial y a los flujos financieros, se crearon instituciones autónomas para limitar el poder presidencial en la economía, etcétera.

El resultado fue una gran dislocación social: murieron millares de empresas pequeñas y medianas, el desempleo y la informalidad se dispararon; las rentas públicas pararon en manos de unas cuantas familias, muy conectadas con el gobierno, y se concentró la riqueza y el poder; la inversión extranjera directa no fue la panacea; la apertura financiera nos inundó de capital golondrino (hoy equivale a un tercio del presupuesto de 2015); la usura y el rentismo definen a la banca; se perdieron herramientas vitales de política económica para impulsar el desarrollo: México se convirtió en una gigantesca fábrica de pobres. La modernización económica, si nos atenemos a sus pobres resultados, fracasó. Al mismo tiempo, la modernización política quedó trunca. No hay rendición de cuentas ni Estado de derecho: campea la impunidad.

El doble fracaso modernizador de las elites gobernantes, que se manifiesta como marginación económica y política (sólo unos cuantos se benefician de las reformas estructurales y la toma de decisiones políticas está altamente concentrada), es la causa que alimenta el populismo que denuncia el presidente Peña. Ahora bien, ¿qué hace su gobierno para enfrentar el problema? La respuesta económica es la misma de hace 30 años: más apertura al capital extranjero, aparte de la cuestionable reforma energética, se negocia el tratado transpacífico que limitará todavía más la acción colectiva. Es decir, las decisiones económicas se tomarán fuera del país, degradando más la democracia. La respuesta política es preservar el statu quo: tolerar corrupción e impunidad y mantener las decisiones políticas en pocas manos. Ergo, no sería desatinado que su legado fuera la instauración del populismo.

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