De acuerdo a las encuestas, parece que si algo extraordinario no sucede, Andrés Manuel López Obrador podrá ahora sí alcanzar la victoria en las próximas elecciones y convertirse en el próximo presidente de la república.
López Obrador es el único candidato que ha sabido entender el sentimiento casi colectivo generalizado de enojo y rechazo de la sociedad, por ello su discurso se ha enfocado en función de ofertar todo aquello que suponga ya sea o una solución o al menos una revancha catártica.
Sin embargo sus promesas de campaña rebasan por mucho la lógica de la simple esperanza, sus herramientas mercadológicas si bien muy efectivas en cuanto al mensaje no lo son en términos prácticos.
En el compendio de sus planteamientos encontramos, proyectos y programas no solo no realizables, peor aun si lo fueran porque nos llevarían a un escenario ajeno al contexto global, lo cual llevaría perder competitividad.
Lo que López Obrador propone significa una vuelta al pasado y no precisamente al mejor, mediante la implantación de un régimen estatista y populista.
Su postura en contra de la corrupción, sin duda el mejor elemento de su plataforma, es una necesidad imperante y por consiguiente se ha convertido en una bandera que incluso ya no es de su propiedad, lo es de una gran mayoría de mexicanos que aspiran a una reconformación del sistema político.
Pero lamentablemente eso no será suficiente, primero porque no podrá erradicarla del todo, si acaso reducirla a mínimos menos ofensivos para la población.
Tampoco el disminuirla generara los recursos económicos para solventar todos los retos y necesidades del gobierno para poder garantizarle a la gente que sufrague por el, los beneficios que anuncia.
Bajo esta perspectiva solo le quedan dos caminos para poder llevar a cabo su plan a todas luces inviable y demagógico, subir impuestos que seguramente no es una opción, o endeudarse.
Diversos analistas y expertos que han enumerado y cuantificado los montos necesarios para establecer su programa, apuntan que se requería por lo menos un incremento del ochenta por ciento del presupuesto aprobado para el presente ejercicio.
Considerando que es imposible obtener esos recursos adicionales, lo que se podría esperar es un inicio de administración señalada por políticas publicas asistencialistas y eventualmente subsidiarias para poder congraciarse en el inicio, digamos por ejemplo en el primer año, con sus fervientes seguidores, sin embargo esa dinámica será sin duda una espiral.
Porque esas acciones van a impactar gravemente en la economía y eso conlleva una inducción negativa en muchos sentidos, estamos hablando de fuga de capitales, de un gigantesco descenso de la inversión extranjera y evidentemente el cierre de empresas, que podrían llevar la cifra del desempleo a márgenes incontrolables.
Eso por supuesto tendría una correlación inmediata con los valores inflacionarios y la paridad monetaria, que generaría incrementos en los precios de los productos y los servicios.
Esto implicaría un freno a la producción y por ende a nuestra posición de competencia, hoy en día ningún país puede sobrevivir cerrando sus fronteras, apostando solo a su mercado interno.
Ahora bien si tomamos en cuenta que muchas de sus promesas son solo retoricas, el problema realmente seria administrativo y económico y no tanto político, lo cual seria el menor de los males.
Pero si insiste en traer de vuelta los esquemas de los años setenta del siglo pasado, donde se formo política e ideológicamente, entonces si estaríamos ante un escenario complicado.
Ojala que no quiera realmente cumplir todo lo que ha dicho, ni hacerlo como lo propone, ojala que su mensaje sea solo una argucia publicitaria para alcanzar el poder y no se incline por la instauración de un régimen, que lo único que podría provocar seria la quiebra del país.
Muchos de los que le siguen argumentan que ya no podemos estar peor, pero eso no es cierto, no se puede englobar y resumir el enojo social, que por supuesto esta fundamentado, en todos los aspectos.
Habría que desasociar los elementos que conforman el rechazo a las practicas personales de gobernantes y funcionarios que han tergiversado su función para aprovecharse de su posición para construir fortunas originadas en el ilícito, de los programas de gobierno, son dos cosas completamente distintas.
Nadie independientemente de sus simpatías o militancias partidistas, podría estar genuinamente en contra de reordenar la conducta de los servidores públicos, eso es algo que debe y tiene que hacerse.
Pero no por ello estamos obligados a una transformación radical que atente contra la marcha del país y sus instituciones, una cosa es no usar el avión presidencial o no vivir en los pinos, que finalmente solo serían posturas demagógicas, a congelar los precios de la gasolina.
Ojala que no sea así, ojala que entre el discurso de campaña y administrar el gobierno exista, si es que finalmente como parece López Obrador alcanza la presidencia, patriotismo, seriedad y responsabilidad.
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