Se entiende la naturaleza y propósito del movimiento para el paro nacional de mujeres del próximo 8 de marzo; sin embargo, tristemente noto que se ha desvirtuado a extremos indeseables. Se respira en todas partes una suerte de ambiente de encono, incluso llegando a rayar en el odio, entre hombres y mujeres, una división muy triste, que a mí nunca me había tocado presenciar. He llegado a ser, en lo personal, objeto de insultos, por parte de amigas, por externar opiniones, y este clima se respira en taxis, restaurantes, lugares de trabajo, los famosos y casi siempre estériles “CHATS”, etc., por no decir en el vandalismo visto en las calles en algunas de las marchas.
Si bien en este movimiento no hay “mano negra”, aunque por momentos parece haberla, cada quién ha entendido el movimiento a su manera, muchas veces sin comprender NADA. Se está contra la violencia a la mujer y todo lo que ello conlleva, pero no a favor de una virtual guerra de sexos ya que eso solo abona en un sentido contrario: más violencia.
No vayamos más lejos. Entre reporteros ya se dieron grescas, con amenazas de muerte incluidas. No, por favor, no se trata de recrudecer la división aún viva que nació en el 2006 por medio de la campaña fratricida “un peligro para México”, sino de todo lo contrario: de unirnos, en el caso de mujeres y hombres.
Es necesario COMPLEMENTARNOS, que para eso tenemos algunas diferencias de orden biológico, para generar AMOR, que es lo opuesto a la violencia, y hacerlo para avanzar, no para retroceder en la tarea común de enderezar esta lastimada nación y sembrar la simiente de una patria con un horizonte pletórico de cariño, respeto, paz y armonía. Hay que recuperar nuestra preciosa y hoy tan añorada paz social, pues.
Este país ha avanzado mucho en equidad de género. Su legislación es ejemplar en la materia y los avances no se detienen; entonces canalicemos las energías en ese sentido. Entendamos que no estamos en una teocracia del medio oriente ni mucho menos. Ciertamente venimos de una tradición patriarcal, pero eso es cultural, y de siglos. Los ominosos hechos de feminicidio no son algo generalizado, como se pretende hacer creer, acaso tampoco una novedad, si bien hay un aumento y recrudecimiento en los últimos años.
“Las mujeres benditas y santas de este país están organizando un movimiento histórico”, se pronunció esta frase recientemente en un discurso para la Historia, y es así, no lo destruyamos yéndonos por las sendas de un enfrentamiento estéril de género, así no, mexicanos, así no.
Otro hecho incontrovertible: la recuperación de los valores, tan en boga hoy en día, es responsabilidad tanto de mujeres como de hombres.
Sinceramente, como hombre me siento algo ofendido con la consigna llena de altanería de “el violador eres tú”. Tengo una madre, una hermana, una sobrina; tengo muy entrañables amigas, una por cierto, desoladoramente ya fallecida al igual que mi mamá. Simplemente, soy incapaz de un acto de violencia de género. No sé si exitosamente, pero siempre mi intención ha sido tratarlas con caballerosidad, como para que, de buenas a primeras, me espeten las etiquetas de “machista” y hasta de “violador”. Por otro lado, también, noto un exceso de protagonismo y soberbia, que se adivinan en más de una de las activistas.
¿Queremos, además de la guerra inútil, horrorosa y fratricida en la que nos sumió Calderón desde finales de 2006, una guerra entre hombres y mujeres (por no mencionar el enfrentamiento entre “chairos” y “fifís”)? Yo aseguraría que no, pero lo que veo y escucho, día con día, me hace tener serias dudas al respecto.
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