34 años sin Rockdrigo González

Reconocido y querido por escritores como José Agustín y Ángeles Mastretta y otros tantos, el rockero mexicano Rockdrigo González, originario de Tampico, Tamaulipas, el "sacerdote...

18 de septiembre, 2019

Reconocido y querido por escritores como José Agustín y Ángeles Mastretta y otros tantos, el rockero mexicano Rockdrigo González, originario de Tampico, Tamaulipas, el “sacerdote del rock” o “profeta del nopal” se nos adelantó la fatídica mañana mas cercana al fin del mundo para la Ciudad de México, la del 19 de septiembre de 1985 (hoy hace 34 años) al derrumbarse el edificio en el que vivía en la colonia Juárez del Distrito Federal, en la calle de Bruselas (entre Berlín y Liverpool, para ser exactos) a donde había llegado después de tocar en algunos grupos de su natal Tampico.

Con influencias del blues y del rock norteamericano y de la música tradicional tamaulipeca, fue de los precursores del movimiento RUPESTRE, y le cantó irreverentemente tanto a los intelectuales como a las amas de casa, a los feos, a las calles sin sol, pero también a “ranchos electrónicos”, “nopales automáticos” y a “garbanzos matemáticos”, y le cantó también desde al “agandalle TRASNACIONAL” (¿qué nos podría decir de eso en la actualidad?), hasta a los perros y a las ratas (humanos, más que animales), pero en especial a la gran y caótica Ciudad de México que ya lo había adoptado como su hijo.

Vivió como decía en una de sus canciones: un poco “prisionero iluso de esta selva cotidiana”, y compuso letras incluso algo melancólicamente premonitorias, porque eso fue antes que “fatal, poeta maldito o apocalíptico”, como algunos lo encasillaban, eso, premonitorio hasta lo inverosímil, con letras en sus canciones y poemas como el escrito de un manuscrito hallado junto a él en los escombros de su departamento, donde compartía su lecho con su esposa Francoise, de nacionalidad francesa y que decía: “Mañana podría morir en la gran ciudad… he estado observando cosas misteriosas en gente que le hace a las ciencias ocultas” o un fragmento de poesía que reza: “me dijeron que la sintaxis era una señora muy severa, y que en los temblores había que tomar cerveza debajo de las puertas (…)”, u otro inédito también rescatado de entre las ruinas: “Si el día de hoy no fuera un camino sin fin/ Si esta noche no fuera una sombra quebrada/ Si mañana no fuera demasiado tarde”. 

Rockdrigo cantó, también, canciones cuya letra contenía enunciados como: “sobre historias de concreto”, “he llenados mis bolsillos con escombros del destino”, o “cuando tenga la suerte de encontrarme a la muerte, le voy a ofrecer todo el tiempo vivido”, o “no tengo tiempo”… y realmente, es que no tuvo ya tanto tiempo.

Su hija, la cantante Amandititita vivió en Ciudad de México, con estupor e incredulidad, el 19 de septiembre del 2017, la macabra coincidencia de la réplica de la desgracia citadina justo 32 años después, que aunque significativamente menor en cuanto a sus daños y víctimas, fue muy traumática también. En la estación del metro Balderas, existe una estatua en su honor, debido a que es el autor de la canción en honor al sistema colectivo de transporte con énfasis en esa canción. Su legado a la cultura popular es indeleble, y está inmortalizado en su música; la Gran Ciudad lo extraña, pero perdura en su legado, a pesar de la diferencia de tiempo y estilo musical, con el Gran Chava Flores.

Rockdrigo González fue iconoclasta, su ya citado movimiento rupestre, del que fue indiscutible líder y precursor, organizando junto con Roberto Ponce su primer festival en el Museo del Chopo, en 1884. Fue una corriente vanguardista, en tanto que apelaba a alejarse del sintetizador y los grandes alardes tecnológicos en la música y regresar a sus orígenes, instrumentos como la guitarra acústica, el chelo, la armónica y el violín, antecedente más cercano en nuestro país, de hecho, del concepto “Unplugged” (desenchufado) al que la cadena multinacional MTV pusiera en boga muchos años después.

Pero aún más allá de todo lo anterior, Rockdrigo González poseía una veta ecléctica, tal vez aún no tanto conocida, ya que, además de la música, incursionó él en poesía, la pintura, la escultura (muchas veces utilizaba la plastilina) a desarrollar inventos y objetos ornamentales y a fabricar juguetes. El cantante y compositor de Tampico, que llegó a la Gran Ciudad de México a mediados de los años 70 es hoy todo un ícono popular, que murió intempestiva y prematuramente (a sus 35 años), como reza la muy particular picardía citadina, por “un pasón de cemento”.

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