Se encontraron a alguien que no querían ver… ¿y luego?

Nadie habla de este acto terrorista.

26 de octubre, 2015

Nadie habla de este acto terrorista.

Me doy de topes cada vez que ésto me pasa. Mucho me quejo de los personajes que pintan a las mujeres como criaturas torpes e incómodas pero en esta situación, me duele admitir, yo no soy mejor. Me causa tanto conflicto emocional que tengo una lista mental de los lugares que debo evitar según el día, hora y época del año. Para poner las cosas en perspectiva, para mí es tan trágico como para un hipster escuchar su banda favorita en Alfa, o como para los Godínez encontrar la cafetera vacía.

Creo que todos, o la mayoría, tenemos esa persona o grupo de personas que cada vez que las encontramos en algún lugar damos media vuelta. No me dejen sola, no puedo ser sólo yo la que corra con todo y carrito a esconderse atrás del refri de los quesos, ¿verdad? No sé qué sería peor, que cachen a uno queriéndose hacer el disimulado (que nunca me ha pasado… bueno, sí pero poquito), que no quede de otra más que acercase a saludar, o las tonterías que, según nosotros, decimos por cortesía. Mi favorita de hoy, mañana y siempre es “te ves… descansada… no, o sea, te ves… bien” cortesía de M., y no fue dirigida a mí por si se lo preguntaban.

Déjenme decirles que la confección de estas frases es toda una ciencia, sobre todo cuando se trata de alguien que no vemos en mucho tiempo. Hay que pensar rápido y eso mismo es lo que nos lleva a decir puras… impertinencias. Puede que no nos demos cuenta, pero desde la entonación que le damos al aparentemente robótico “¿cómo has estado?” sabemos si va a ser uno de esos encuentros incómodos o no. Todos sabemos que la traducción real de esa frase abarca desde “¿qué le pasó a tu cabello?” hasta “no sé si felicitarte o recomendarte a un gastroenterólogo” (claro que si son como mi mamá, se saltarían la incógnita para pasar de lleno a la felicitación).

Si lo piensan es demasiada responsabilidad; por un breve momento tenemos el poder de hacer saber a la persona que, efectivamente, su corte de cabello es tan desafortunado para ella como para los demás o que se nota que empezó a comer pan de muerto desde agosto (…yo…). Y todo lo que hicimos fue alargar una sílaba o dos, e inclinar la cabeza de lado para darle el bonito toque condescendiente.

Si son como yo, uno hace su mejor esfuerzo por lograr un equilibrio entre sonar lo suficientemente amistosa y evasiva para dar a entender a la persona que te da gusto verla pero al mismo tiempo no taaaanto como para querer hacer planes con ella, así que se desencadena otra tanda de babosadas. Una muy común es “¡qué milagro!” y probablemente sea la que más me revienta las pelotas escuchar. ¡¿Qué milagro qué?! ¿Se perdió la paloma mensajera? No nos hagamos, en este tiempo si quisiéramos saber uno del otro simplemente lo haríamos, ¿qué no?  

Otra frase engañosamente inocente es “¿hace cuánto que no nos vemos?”, con esa no hay pierde, en la mayoría de los casos es para decir “has subido de peso y se nota”. Normalmente viene acompañada de un estudio de pies a cabeza y de regreso. Para los que se las dan de sutiles y disimulados no se engañen, ¿ok?, disimulados mis honorarios, no hay tal cosa.

A mí lo que me desconcierta por completo es el shock de no haberlos visto yo primero para tener tiempo de esconderme, lo siento como un ataque hacia mi persona. En ese estado me resulta imposible tomar en cuenta mis propias reglas y estoy demasiado consciente que con cada palabra meto la pata un poquito más; empiezo a tartamudear y decir cosas que no quiero como “me dio…eeehhh…gusto verte” o “a-a ver cu-cuando nos vemos”. Y cuando toca que me lo digan respondo con “sí, yo te llamo”, “luego nos ponemos de acuerdo”, o para hundirme más empiezo a proponer extender la invitación a otro grupo de personas que tampoco quiero ver. “¡Hay que invitarlos a todos!”

Nunca faltan los que me toman la palabra. ¡Ja! No lo decía en serio, ¡sólo quería mi queso Oaxaca!  

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