La maestría de un escritor consiste en acercarnos mediante su palabra a estados internos nuestros como lectores, que no habríamos descubierto si no fuera a través de sus historias. El gusto por una lectura está dado por eso que nos hace sentir identificados con el autor al momento de escribir su texto.
Comencé a leer un libro de Joan Didion, escritora y periodista norteamericana fallecida en el 2021. Es un libro que tardó en llegar a mis manos desde Argentina, de donde fue enviado a través de una de las redes de compra de libros en línea. Ya lo daba yo por perdido, pero casi un mes después de haberlo pedido y tras varios contratiempos camineros, llegó a mis manos.
La obra se intitula: “El año del pensamiento mágico”, es la novela más conocida de la autora, lectura sugerida por Socorro Venegas, reconocida escritora, que tuve como maestra dentro de un maravilloso taller de autobiografía. La obra está conformada por las reflexiones que la autora plasmó en un diario personal a lo largo de todo un año, a partir de la muerte de su esposo John, por un infarto agudo del miocardio. En cuanto inicié a leerlo me sucedió algo muy singular: comencé a identificarme con la autora a partir de mi propia pérdida. Mi esposo falleció por la misma causa, hace 27 años. Conforme fui leyendo a la autora, descubrí en mí misma sensaciones y vivencias que tuve en su momento, pero que nunca habían alcanzado el umbral de la verbalización, y no es hasta ahora, tanto tiempo después, cuando me veo reflejada en el espejo de estas líneas, que comprendo de qué tantas maneras me marcó la partida súbita de mi compañero de vida.
La confusión que se vive en las primeras horas después de ocurrida la muerte del ser querido, ese ponernos a cargo de la orquesta de todo cuanto ocurre en derredor, y, de hecho, lograrlo, pero tantas veces de una forma automática, sin la total participación de la voluntad. Multiplicar esa faceta multitareas tan nuestra para abarcar, desde los trámites funerarios; los asuntos financieros urgentes; la atención de la familia, y el propio estado personal. Al leer la reacción de la escritora frente a un plato de comida que alguien le ofrece, me recuerdo a mí misma frente a un plato de arroz y algo más que me instaban a ingerir, ante el que no era capaz ni siquiera de abrir la boca. Y así, conforme a la experiencia que va narrando Didion descubro fragmentos de mi duelo que viví sin acaso haberme dado cuenta.
Qué maravilla es encontrar en la lectura un amigo que se identifica con nuestros propios estados internos, que nos anima a salir adelante y nos infunde esperanzas frente al tiempo venidero, a partir de un evento tan doloroso como es la muerte de un ser amado. Qué consuelo hallar quién nos relata su experiencia con abierta generosidad, para que nosotros, lectores, tomemos de ella lo que nos haga falta.
A partir del momento en que nacemos comienza para cada uno la gran travesía. No hay un oráculo que pueda predecir entonces cómo va a cursar nuestra existencia, o que nos garantice que vamos a vivir solamente momentos placenteros. Como toda orografía apegada a la naturaleza, irregular en sus formas, disfrutaremos etapas muy gratas, pero también cuestas dolorosas, en las que sintamos desfallecer. Pero así es la vida, y por más que haya ratos cuando nos parece que la carga de nuestra mochila es mayor que la de los demás, finalmente la vida es muy justa en sus atribuciones, y aunque no aplica la precisión matemática, sí podemos estar seguros de que al final, todos habremos vivido vidas equivalentes.
Avanzar la ruta acompañados es un privilegio. Inicialmente por parte de nuestros cuidadores primarios, más adelante por aquellos a quienes permitamos entrar a nuestro corazón. Por último, de inicio a fin, lo más importante: sentir que avanzamos acompañados del mejor camarada, de nosotros mismos. Las emociones van al lado, aderezando las vivencias, profundizándolas, tantas veces conduciéndonos a la reflexión. Son como el halo que nos rodea en todos los momentos, para exaltar y abarcar nuestra experiencia. Tener la capacidad de plasmar esos estados internos y tales emociones en el papel, es un acto invaluable de generosidad del narrador para con otros.
No vamos solos por el camino. No en la medida en que nos propongamos abrirnos a la vida. Está la familia, están los amigos y están los libros. Cada uno de estos elementos nos provee de la oportunidad de hacer más gozosos los tiempos buenos y escampar la bruma en las horas difíciles.
Gracias, Joan Didion, hasta donde te encuentres, por estas vivencias mágicas que me ayudan, a tantos años de distancia, a redimensionar la pérdida sufrida y, sobre todo, mi capacidad de responder a ella.
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