Por una valiosa recomendación de un amigo, pediatra y maestro, recién terminé mi lectura de “Invisible”, novela del joven escritor español Eloy Moreno, publicada en su décima edición por Penguin Random House en el 2023. Es una obra ficcional que nos envuelve en el mundo escolar de un jovencito víctima de acoso. La narrativa nos describe perfectamente al acosador y su séquito de aplaudidores, y el modo como, a través del tiempo van acorralando a este chico hasta, prácticamente, paralizarlo. Mediante diversas voces narrativas, en primera y tercera persona, el lector va descubriendo la forma como el acoso escolar avanza, limitando progresivamente las oportunidades de desarrollo académico y relacional del chico, hasta orillarlo a emprender una acción desquiciada y absurda, para tratar de conseguir un súper poder que lo ponga a salvo de sus acosadores. Su mente ha sido alimentada por historias infantiles que relatan cómo un ser humano ordinario, ante una situación crítica, consigue desarrollar capacidades que, finalmente, lo pongan a salvo de riesgos.
Hallé en esta novela un firme llamado de atención para todos nosotros, que tal vez no actuemos en el papel del perseguidor, pero sí, de manera subrepticia, muchas de las veces contribuimos con nuestra actitud a que esos ataques cobren fuerza. A través de nuestra pasividad frente a unos hechos que preferimos justificar como “cosas de niños”; mediante una indiferencia, que nos lleva a minimizar lo que ocurre, aun cuando haya suficiente evidencia que sustente la existencia real de un problema… En ello vamos involucrados padres de familia, formadores, vecinos, todos aquellos que, de alguna manera, participamos en ahondar el daño que provoca un buleador sobre su víctima.
Y a propósito de la actuación del agresor, hay que decirlo, la violencia que él manifiesta suele provenir de un fondo emocional caracterizado por carencias, en este caso en el terreno afectivo. En algunos otros casos tal vez habrá carencias, hasta en la cobertura de necesidades básicas de orden material. Se cumple el principio que existe en el estudio de la violencia cultural y que señala que el perpetrador y la víctima suelen ser la misma persona.
A lo largo de este tercer milenio hemos visto la forma como la violencia prevalece en todo tipo de relaciones humanas, desde las de corte internacional hasta las domésticas. Es el resultado de la incompatibilidad de metas entre dos partes, y se perpetúa o se profundiza cuando alguna de las partes, o ambas en el peor de los casos, no están dispuestas a negociar frente al conflicto. El caso del acoso escolar, al igual que el resto de las violencias, se ha incrementado. De acuerdo con cifras del INEGI (2024), 7 de cada 10 menores de edad han sufrido acoso escolar, ya sea de tipo verbal, físico, psicológico, sexual o cibernético. De acuerdo con la Comisión de Derechos Humanos del estado de México (CODHEM) en el 2024, México ocupó a nivel mundial el primer lugar en acoso escolar.
Hay que decirlo, este tipo de violencia llega a constituirse en el asesino silencioso que va mermando las capacidades del menor agredido, para derivar en situaciones como el ausentismo o el abandono escolar, llegando hasta el suicidio, o lo lleva a convertirse, a su vez en acosador.
El escritor Eloy Moreno tiene el acierto de aproximarse de manera muy verosímil a la fantasía infantil y adolescente para ficcionar, para ilustrarnos de manera clara cómo es el ambiente que va engullendo a ese menor violentado que asume por cuenta propia todo lo que le sucede, sin desahogarse con sus seres queridos. Nos sumerge en su mundo para descubrir la forma como ese chico que tal vez esté dentro de la propia familia, en una casa vecina o en los grupos humanos que frecuentamos, se esfuerza por mantener una actitud aceptablemente serena, aunque por dentro los monstruos le estén lacerando las entrañas.
Acoso escolar: Un tema que no tenemos derecho a considerar como ajeno a nosotros mismos, a suponer que nada tenemos que ver con él. Una realidad dolorosa que no se vale ignorar volteando la cabeza a otro lado, para volcarnos en llantos inconsolables el día cuando un niño de 12 o 13 años se ve orillado a tomar la única salida que vislumbra, una salida de emergencia, una salida en la que no hay retorno.
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