Siguiendo con la lectura recomendada en la colaboración anterior, un libro de Eloy Moreno intitulado “Invisible”, viene ahora la secuela de dicha obra intitulada “Redes”. Como su pegajoso título indica, me atrapó hasta la última página. Es nuevamente una novela de corte juvenil, ficcional, en la cual los personajes de “Invisible” vuelven a poblar sus páginas con diálogos internos, interacciones y actos así de osados como de fantásticos. El universo interno de la obra maneja su propia lógica y cada elemento narrado tiene verosimilitud en el contexto de lo que se presenta.
En este nuevo libro la historia subterránea que el autor nos cuenta habla de la penetración que llegan a tener las redes sociales en la vida de los adolescentes. Pese a ser de corte juvenil, un adulto que lo lea va a familiarizarse con fenómenos sociales que tienen que ver con el sexting, ghosting y pornografía procurada por adolescentes, tópicos que motu proprio, los mayores no solemos conocer tan de cerca. Además, narra los alcances que llegan a tener las carreras de creadores de contenido y su mercantilización. Los hoy adultos somos la última generación sometida por los padres y que no ha sabido bien a bien sujetar a los hijos. Amén de que la tecnología que niños y jóvenes conocen al dedillo, nosotros lo hemos hecho a través de aproximaciones no siempre tan afortunadas.
A lo largo de la obra el autor va desvelando la amplia interacción que tienen los personajes con los contenidos en la red. Muestra a través de las historias que se encuentran una con otra a lo largo de la trama, cómo los chicos hallan de lo más ordinario volcarse de forma cibernética, incluso expresando sus sentimientos más profundos al interlocutor –tal vez irreal—que se halla del otro lado de la pantalla.
Retomamos conceptos que ya hemos vertido con anterioridad: En un mundo altamente competitivo, que presenta como los modelos que merecen aprobación aquellos que, una vez editados se suben a la red, cualquier adolescente llega a sentirse fuera de lugar, muy inferior a esos arquetipos. Colateralmente, la interacción presencial con sus pares se ha visto disminuida: Así se reúnan, poco hablan, o bien, se dedican a acompañarse en silencio, mientras cada uno se mantiene en constante interacción con su pantalla. Esta carencia de relaciones interpersonales reales propicia una sensación de vacío que el chico buscará cómo llenar. Lo que más tiene a la mano para intentar hacerlo son los contenidos de la red.
La tecnología va un paso delante de las necesidades humanas. Los materiales transmitidos van ajustando sus tiempos para propiciar la ciberadicción. Se envían descargas de duración de fracciones de segundos que facilitan que no se haya acabado de procesar la primera cuando llega la siguiente, lo que favorece la adicción a medios. En cualquier sitio público, a donde volteemos vamos a ver personas con la mirada fija en el teléfono móvil, algo que, no por común significa bienestar mental. Entre más temprana sea la exposición a redes digitales, menor la edad del niño o niña, y mayor la duración de exposición por día, mayores serán los efectos colaterales negativos para su desarrollo mental. Se activan o reprimen zonas del cerebro que tienen que ver con la conducta social, la impulsividad y el desarrollo del lenguaje, entre muchas otras funciones. Difícilmente a ojo de pájaro alcanzamos a apreciar el daño que está provocando la sobreexposición a medios digitales.
Algún colega médico mencionó recientemente y con mucho acierto cómo la moda actual de influencers que se dicen expertos en medicina, llega a desbancar a la ciencia médica. Claro, lo hace de entrada, aunque a la larga, y para fortuna de la humanidad, la ciencia estricta termina por imponerse por encima de creencias y mitos lanzados a la red desde la inspiración de algún aficionado a temas de salud, tantas veces para producir daños terribles en los seguidores quienes creen a pies juntillas sus recomendaciones.
Termino la presente colaboración con la recomendación de que lean este libro de Eloy Moreno, y si tienen adolescentes en su entorno, pónganlo al alcance de ellos. El autor tiene el acierto de saber conectar con las juventudes, así que estoy cierta de que los chicos lo aceptarán con agrado.
Los mayores no podemos escudarnos tras el pretexto de que, como no somos nativos digitales, no estamos obligados a conocer y dominar lo que hay en la red. Necesitamos hacerlo, entender y saber manejar lo que los contenidos digitales propician. Nadie es demasiado viejo para no hacerlo, ni demasiado diestro para esquivar los daños secundarios que llegan a provocar estos cuando no son bien utilizados.

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