Cuando entré a la secundaria, a finales de los años sesenta, uno de los libros de moda era El lobo estepario del Nobel alemán Hermann Hesse. Recuerdo a muchas de mis compañeras de aula leyendo y comentando la obra, aunque ahora me pregunto qué tanto se quedó con ellas luego de concluir la lectura. En lo personal no soy muy dada a seguir las modas que otros imponen. Sí comencé a leer a Hesse, efectivamente, pero lo hice con otras de sus obras, entre las que tengo muy presentes Siddharta, más adelante El juego de abalorios, y entre uno y otro Narciso y Goldmundo. Hoy quiero hablar de esta última novela, máxime que en 8 años cumplirá un centenario de su publicación.
Los últimos dos años han modificado la forma de comunicación entre humanos. La tecnología digital facilita tanto la publicación como la lectura de textos, desde los clásicos hasta las improvisaciones unipersonales que aparecen de manera cotidiana en diversos espacios, como Facebook, Instagram o Twitter, por mencionar algunos. Expresiones como:” Se me perdió un calcetín en la lavadora” o “No me alcanzan las croquetas para mi gato” simbolizan nuestra condición humana, efectivamente, pero no dejan de ser aportes que generarán –si acaso– reacciones de simpatía entre los inmediatos de quien lo escribe, pero nada más. Por su parte, los escritores que se han abierto camino en la literatura por su oficio escriben desde su experiencia personal para conectar con un lector de otro tiempo o de otra latitud, como si ambos se hallaran platicando.
Ese es el caso de Narciso y Goldmundo, una novela que plantea diversas fases del desarrollo de la personalidad, iniciando en la adolescencia para terminar en la senectud. Presenta dilemas que en un momento dado todos enfrentamos, y precisamente, a través de su lectura conseguimos descubrir y dar significado a las situaciones personales. A través de sus líneas comprendemos que todos los seres humanos vamos atravesando cambios y contraposiciones que vienen a definirnos como personas. Asimismo descubrimos que hay figuras a las cuales nos anclamos para atrevernos a avanzar entre la ventisca, sin temor a ser arrastrados. Del mismo modo, Goldmundo hace un peregrinaje a través de su propia historia, para regresar mucho tiempo después al punto donde todo inició. Ello nos anima a avanzar, a cada uno, en su propio recorrido, luego de descubrir que gran parte de nuestra biografía es cíclica, y que por más que nos alejemos del punto original, terminamos volviendo a éste, y nunca dejamos escapar las figuras que en un inicio nos formaron.
Diversos maestros de las Letras coinciden en afirmar que la mejor manera para escribir es leer, leer mucho, leer de todo y enriquecernos con ello. Hacer de la lectura una actividad divertida que nos lleve a avanzar por nuestro propio camino, como el propio Borges afirma. Hablar en nuestras redes sociales de experiencias unipersonales puede ser catártico o divertido, puede dibujar cómo somos, pero difícilmente conecta a quien lo escribe con los lectores que no le conocen en forma directa. Saber que no me gustan las quesadillas con queso o que se me antoja un champurrado no son experiencias transformadoras para los lectores.
Cada uno de nosotros vive cierto grado de angustia existencial. Tenemos todo el derecho del mundo a liberar esa carga mediante la expresión oral o escrita, pero ello no nos hace expertos en el oficio de escribir, como en su caso es Hermann Hesse, quien cumple este año sesenta de su muerte, y sigue invitándonos a explorar nuestro mundo a través de sus líneas.
Acabo de revisar una conferencia de Marian Rojas-Estapé, reconocida psiquiatra española, autora de diversos libros y conferencias. En esta última presentación acerca de adicción a la Internet, ella habla respecto al efecto neurológico que provoca el contacto temprano y continuo con las pantallas digitales, lo que nos lleva a modificar nuestra forma de percibir y de procesar la información que recibimos. Cierto, la tecnología de punta nos conecta con un universo al cual antes no se podía acceder, sin embargo, no perdamos de vista que su uso indiscriminado genera trastornos de atención que pueden ser permanentes.
Lecciones de vida que nos ofrecen en bandeja de plata diversos autores a través de su narrativa. No necesariamente lo hacen mediante libros técnicos que aborden tal o cual tema. La invitación es a asomarnos a los mundos que ellos crean para nosotros, mundos en los cuales aprendemos que hay otros estilos de vida aparte del propio, con problemas tantas veces parecidos a los nuestros, y con alternativas de solución que tal vez puedan resultarnos útiles para abordar las dificultades del camino. Sus autores resisten la prueba del tiempo, crecen y se multiplican en cada línea escrita, en los ojos de un lector que recorre, de manera única, esas páginas universales que parecieran escritas sólo para él.
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