¡Eeeeehhh…Plutooo!

Así gritaron en la NASA la semana anterior. Déjeme le cuento.

23 de julio, 2015

 

Así gritaron en la NASA la semana anterior. Déjeme le cuento.

Si alguien le pregunta a un escritor de ciencia ficción de dónde vienen los aliens, casi seguro que dirá de Marte.

Por alguna extraña razón Marte ha sido la obsesión planetaria donde hemos ubicado miedos y esperanzas de todo tipo. Los marcianos han sido aliados, enemigos y bailarines de cha cha chá.

Por ejemplo cuando en Duck Dodgers (en el siglo 24.5) las reservas terrícolas de crema de afeitar son alarmantemente bajas, envían al Pato Lucas a reclamar el incógnito y recóndito planeta X donde se sospechan grandes cantidades de ungüento de barbería. Por fortuna al cadete novato del espacio, Porky, se le ocurre que para llegar al planeta X solo hay que pasar el planeta A, el B, el C hasta el X. Al llegar entran en una guerra planetaria con Marvin, el marciano con yelmo romano, quien también busca una rasurada más suave y al ras.

Muchos años antes del Pato Lucas, Percival Lowell también pensó en marcianos y en el planeta X. Lowell era un millonario bostoniano devenido en astrónomo que aseguraba ver canales de irrigación en Marte desde su observatorio en Flagstaff, Arizona. Pero también afirmaba la existencia de una gran masa gravitacional más allá de Urano y Neptuno, el planeta X.

Lowell murió pero Clyde Tombaugh siguió su trabajo. Tombaugh era una especie de hijo no reconocido de McGiver y Dr. Who que construía telescopios con partes de autos, tractores y demás chatarra de la época. Sin formación académica en astronomía pasó de Smallville en Kansas al observatorio astronómico de Flagstaff en Arizona. En 1930 descubrió el planeta X al que un año más tarde llamaron Plutón. La arqueóloga espacial Alice Gorman de la Universidad Flinders de Australia cuenta que la niña Venetia Burney, más tarde matemática destacada, propuso se le llamara Plutón, el dios griego del inframundo.

La despiadada deidad griega resultó ser más pequeña que Mercurio y no el gigante que Lowell calculó. El campo gravitacional que se notaba no se debía a la masa de Plutón sino a la suma de esta con la de su satélite Caronte, descubierto a finales de los setenta en Flagstff y a decenas de otros planetoides enanos y asteroides observados desde entonces. Eso llevó a que en 2006 la Sociedad Astronómica Internacional votara por degradar a Plutón de planeta a piedrota voladora.

En general podemos decir que los planetas inicialmente se consideraron así, simplemente porque así se habían considerado. Muchas veces las clasificaciones se respetan por simple herencia histórica. A nadie se le ocurrió que existieran objetos cuyas características pusieran en duda de qué se trataba, así que generar una definición más estricta fue inevitable. Las definiciones son las madres de las clasificaciones y las clasificaciones desembocan ineludiblemente en las discusiones sobre la existencia de los grupos naturales; es decir si somos nosotros quienes agrupamos o el grupo existe aún sin el clasificador. Por supuesto que a las mojarras, a los asteroides y a Plutón los tiene sin cuidado el estatus que les demos; la relevancia estriba en la validez de los argumentos usados.

El mismo año en que Plutón dejó de ser planeta fue lanzada la sonda New Horizons rumbo a él. Uno de los líderes de la misión, Alan Stern, escribió en un artículo para la revista Space Science Review en 2008 que es la oportunidad de saber de planetas exóticos con superficies volátiles, atmósferas que escapan, antiguos choques planetarios y el origen del Sistema Solar. Pero sobre todo New Horizons representa una victoria de la constancia, trabajo y dedicación humana para entender el Universo. Llegó la semana anterior, eclipsada entre el Chapo y el Piojo. Según la página de la NASA pasó a solo 13 mil KM de Plutón, más o menos la distancia entre Ciudad de México y Seúl. Tardó tanto porque las distancias espaciales son inimaginablemente grandes. Bill Bryson en Una breve historia de casi todo dice que si la Tierra fuera del tamaño de un chícharo, Plutón estaría a 2.5 kilómetros y tendría el diámetro de una bacteria. Vamos, que ni siquiera la Discovery 1 de 2001 Odisea del espacio llegó tan lejos. La aterradora Event Horizon, de la película del mismo nombre con Laurence Fishburne, sólo llega a Neptuno. Y aunque difícilmente tocará las puertas del infierno, la New Horizons lleva una botellita con cenizas de Clyde Tombaugh, posiblemente como amuleto. Uno nunca sabe. 

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