¿Teniente o capitán?

¿Qué presidente de México en funciones, ha tomado las armas poniéndose al frente de nuestras tropas, para defender la soberanía nacional? ¿Qué presidente de México en funciones, ha tomado las armas poniéndose al frente de nuestras tropas,...

7 de septiembre, 2018 santa-anna

¿Qué presidente de México en funciones, ha tomado las armas poniéndose al frente de nuestras tropas, para defender la soberanía nacional?

¿Qué presidente de México en funciones, ha tomado las armas poniéndose al frente de nuestras tropas, para defender la soberanía nacional?

El único que lo ha hecho, ha sido Antonio López de Santa Anna; el villano favorito de la versión oficial de nuestra “historia patria”.

Andrés Manuel López Obrador, se suma a la versión que estigmatiza al “guerrero inmortal de Zempoala” (1) al que, cada vez que lo menciona, lo acusa de vendepatrias.

La leyenda negra del veracruzano que renunció once veces a la presidencia de México, ha sido propalada a instancias de la masonería encaramada al poder después de la revolución de Ayutla (2) y ha sido confirmada sexenio tras sexenio bajo la premisa de que una mentira repetida con suficiente insistencia, se eleva al rango de verdad, o cuando menos, de verdad oficial.

De Santa Anna puede decirse lo que se quiera, menos que haya sido cobarde.

Su vida está llena de episodios dignos de leyenda o de novelas románticas.

Leopoldo Zamora Plowes le atribuye aventuras memorables en su magnífico libro titulado “Quince uñas y Casanova aventureros”; aventuras que no cito aquí, porque algunas versiones comprometerían la reputación de una dama a la que Zachary Taylor rindió homenaje tras la batalla de Monterrey el 20 de septiembre de 1846 (hace 172 años).

Chiste ha de tener este ex presidente mexicano, cuando autores de la talla de Ireneo Paz, Agustín Yáñez y José Fuentes Mares han escrito profusamente sobre él, sin olvidar a Enrique Gonzalez Pedrero cuya semblanza del jarocho abarca tres tomos y muchos años de investigación.

Si hemos de aplicar algunas medidas bíblicas, he de decir que no existe un presidente de México (fuera de Porfirio Díaz) que esté limpio de pecados para tirarle a Santa Anna ni siquiera un tepalcate (3).

Santa Anna no fue amaestrado en ninguna universidad gringa, y mucho menos se refugió en Estados Unidos a pesar de haber sido invitado expresamente por Andrew Jackson en 1836, cuando el entonces inquilino de la Casa Blanca, le dijo que no entendía cómo era posible que siguiera queriendo consecuentar a los “agradecidos”  políticos mexicanos de los que, con todos, no se hacía  uno.

Sujetos como San Benito Juárez, no soportaban en Santa Anna su sentido del humor que les quemaba con su ironía implacable.

Los hijos del espicalinglis entronizados en la PRIsidencia desde 1982, lejos de encabezar tropas en defensa de México, se han dedicado a entregarnos en paquete completo, mientras su valentía se muestra raquítica, tras muros de siete metros y escoltas con decenas de guaruras.

Algunos aspectos  desconocidos de la vida de Santa Anna nos permiten tener una imagen a la que no se acerca ninguno de los presidentes mexicanos del siglo XX; especialmente a partir de Mike de la Madrid.

Donde Santa Anna ni siquiera firmó el tratado de Guadalupe Hidalgo (4), Charlie Salinas of Gortari, se puso de pechito (sin estar de por medio un solo disparo) con su dichoso TLCAN bajo los auspicios de dos farsas: la del chupacabras y la del subcomediante Marcos a la medida.

Todo mundo cree que la última batalla por el valle de México se libró  en el Castillo de Chapultepec; pero nadie menciona que Santa Anna protagonizó la última defensa de la ciudad de México  en la Garita de San Cosme, y que luego se dirigió a Puebla para cortar las comunicaciones de los gringos con Veracruz, ¡solamente para percatarse de  que los popis de la Angelópolis se encontraban con los invasores en la catedral poblana, dando gracias al cielo por el triunfo de los enviados de James Polk!

(No en balde Ignacio Zaragoza culminó su legendario mensaje del 5 de mayo de 1862,  cuando dijo que  “las armas nacionales se han cubierto de gloria”, con una posdata que decía: ¡qué bueno sería quemar Puebla!).

Otra muestra de la indiscutible valentía de Santa Anna la dejó en sus memorias un oficial estadounidense que poco tiempo después se haría cargo de comandar las fuerzas confederadas en la Guerra de Secesión del  vecino país: Robert E. Lee.

En sus memorias hizo una referencia a la batalla de Cerro Gordo del 18 de abril de 1847, en los siguientes términos:

“…algo que llamaba mi atención, era que los soldados mexicanos solían vestirse de acuerdo a su posición social, por encima de su rango militar. Fue así, que durante la batalla en Cerro Gordo, Veracruz, de pronto me encontré al lado de un soldado enemigo, en un momento en el que tanto él como yo, estábamos ocupados desahogando nuestras necesidades, de pie frente a unos arbustos…

…En mi mal español de aquellos días, rodeados por el estruendo de la fusilería y de los cañones, le pregunté si era teniente o capitán…

…para mi gran sorpresa, en vez de responderme, sacó del interior de su casaca una pieza de pan, la partió y me dio la mitad…

…tiempo después supe que se trataba del General Santa Anna en persona; que iba desarmado, y que debe haber creído que mi pregunta fue: ¿tiene usted pan?

…su valentía era temeraria, aunque fuera movida por su vanidad, como en el episodio donde supe que había perdido la pierna luchando contra la primera intervención francesa en México…”

A Santa Anna, poco puede importarle lo que digan sobre él  AMLO o sus seguidores. Sus restos reposan en el cerro del Tepeyac, al lado de la mujer que jamás lo abandonó  sino que lo siguió hasta  la muerte en la pobreza, expropiado por los vencedores de la revolución de Ayutla.

Algún chiste habrá tenido este veracruzano para que Dolores Tosta, 23 años más joven que él, se ocupara de que por las mañanas y las tardes un trompetista tocara los honores de ordenanza a las puertas de su hogar en la calle de Bolívar, y le pagara a desconocidos del pueblo, para que acudieran a “audiencia” con el guerrero anciano, para hacerle sentir que todavía era importante.

El matrimonio de Dolores Tosta y Santa Anna no fue un “romance” televisivo de utilería, y la pierna que perdió en la batalla de Pánuco, tampoco fue una invención mediática.

Sorprendentemente, la opinión que tienen sobre Santa Anna  los pocos gringos que se preocupan por la historia, es mucho más justa y ecuánime que la versión cobijada bajo la sombra de la envidia que San Benito Juarez siempre tuvo del odiado líder  al que, a pesar de los pesares, le debemos el Himno Nacional cuyas estrofas completas, muy pocos recuerdan de memoria.

Desde 1982 a la fecha, especialmente, los PRIANsidentes “ahijados” de Robert Lansing, han cumplido la profecía que anunciaba que, esos jóvenes ambiciosos amaestrados en las universidades gringas, entregarían México (con todo y mexicanos) a los gringos, sin necesidad de que nos volvieran a invadir, y sin disparar ni un solo tiro.

A México le habría ido y le iría mucho mejor, si los PRIsidentes del espicalinglis hubieran amado a nuestra patria tanto como la amó (sin lugar a dudas) el héroe inmortal de Zempoala.

___________________________________

  1. El guerrero inmortal de Zempoala. Referencia hecha a Santa Anna en la letra original del Himno Nacional, que en una parte dice así:

“Del guerrero inmortal de Zempoala, Te defiende la espada terrible, Y sostiene su brazo invencible, tu sagrado pendón tricolor…”

  1. revolución de Ayutla.  Levantamiento en contra de Santa Anna encabezado por Ignacio Comonfort y Juan N. Alvarez en Ayutla, Guerrero, iniciado el 1 de marzo de 1854, y que puso fin al último gobierno del veracruzano.
  2. Tepalcate.  Fragmento de barro (por ejemplo, de un jarro roto).
  3.  Tratado de Guadalupe Hidalgo. Documento impuesto a México por la fuerza el 2 de febrero de 1848, por el que los Estados Unidos pretendió legalizar su robo de California, Nuevo México y Tejas; acuerdo en el que Santa Anna no tuvo nada que ver.
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