¡Shalom, Señor Netanyahu!

En 1492 las católicas majestades, Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, encargaron al Inquisidor General… En 1492 las católicas majestades, Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, encargaron al Inquisidor General, Tomás de Torquemada, la redacción...

30 de enero, 2017
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En 1492 las católicas majestades, Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, encargaron al Inquisidor General…

En 1492 las católicas majestades, Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, encargaron al Inquisidor General, Tomás de Torquemada, la redacción de un decreto –hoy diríamos executive order– en virtud del cual fueran expulsados todos los judíos de los reinos peninsulares, que para esas fechas eran todos, con excepción de Portugal y Navarra. Los judíos llamaban Sefarad a los reinos de la península ibérica. Existía una cultura sefaradí muy arraigada, distinta de las demás comunidades judías de Europa, con sus propias manifestaciones artísticas y su propia lengua. Era una cultura riquísima, quizá la más rica cultura judía del mundo. El fanatismo, la intolerancia, la necedad y la estupidez de los reyes católicos y de Torquemada los llevaron a tomar tan irrazonable decisión, sin sospechar que se estaban amputando su aparato financiero, lo que, entre otras causas, con el paso de los siglos provocaría que España perdiera la hegemonía mundial y se convirtiera en una potencia menor.

Los judíos sefaraditas (o sefaradíes) se fueron a Inglaterra, a Francia, a Holanda, a Flandes e Italia; al norte de África, a los Balcanes y demás dominios del Imperio Otomano. Fue una gran diáspora que nos recuerda irremediablemente el Salmo 137, solo que no fueron los ríos de Babilonia, sino el Tajo, el Guadiana, el Guadalquivir. Y, como siempre, los judíos prosperaron dondequiera que fueron. Los españoles, por su parte, construyeron un gran muro; no uno físico, sino uno peor: el muro de la discriminación y el odio religioso. Mientras el oro y la plata fluyeron desde América, los españoles mantuvieron cierta prominencia; pero no les duró mucho el gusto: las infames guerras religiosas consumieron toda su riqueza. Desde los tiempos de Felipe II, España tenía un déficit y una crisis de la que nunca más saldría. El oro y la plata de América se transformaron en dinero circulante que no se quedó en España: toda esa incalculable riqueza fue a dar a los bancos de Inglaterra, de Flandes, de las Provincias Unidas, de Alemania; todo ese dinero fue a dar a las manos de los banqueros y financieros judíos que con tanta saña fueron expulsados de España, mientras los españoles se quedaban pobres, empequeñecidos, sin infraestructura y sin aparato financiero. En 1986 se establecieron relaciones diplomáticas entre España e Israel. El Primer Ministro israelí, Simon Peres, fue recibido en Madrid por el Presidente del gobierno español, Felipe González. ¿Saben qué le dijo? Simon Peres exclamó: “Después de quinientos años, nos volvemos a encontrar.”

El muro espiritual que construyó España para tener lejos a los judíos, un muro de odio y de fanatismo religioso, fue la génesis de su perdición. Los nazis también construyeron muros: muros para tener confinados a los judíos y exterminarlos. Enormes muros circundaron el gueto de Varsovia y los terribles campos de concentración. Si alguien ha sufrido a causa de muros, son los judíos. Y si alguien sabe de ese muro espiritual que España erigió para expulsar a los judíos en 1492 y mantenerlos lejos, es, sin duda, el Primer Ministro de Israel, Benjamín Netanyahu. Proviene de una familia expulsada por los reyes católicos: su origen es sefaradí, como él mismo señala con orgullo. Su padre, Benzion Netanyahu, consagró su vida a estudiar la historia de los judíos del Sefarad (fue profesor de historia en la Universidad de Cornell y respetado impulsor la creación del Estado de Israel).

Estoy muy sorprendido por lo que dijo Benjamín Netanyahu en su cuenta de Twitter el pasado 28 de enero. Me enteré ese sábado por la tarde mientras charlaba con mi hermano sobre las acciones de Trump en contra de México. “¿Ya viste lo que dijo Netanyahu?”, preguntó. Cuando me dijo que el Primer Ministro de Israel estaba apoyando el muro, mi primera reacción fue de incredulidad. “Revisa la fuente, seguro es una de esas páginas con noticias falsas”, objeté. “Lo dijo él mismo en Twitter”, replicó. En ese momento abrí mi Twitter –soy seguidor de Netanyahu y de varias cuentas del gobierno de Israel–: una sensación muy incómoda se apoderó de mí mientras leía:

“President Trump is right. I built a wall along Israel’s southern border. It stopped all illegal immigration. Great success. Great idea.”

(“El Presidente Trump tiene razón. Yo construí un muro a lo largo de la frontera sur de Israel. Detuvo toda la inmigración ilegal. Gran éxito. Gran idea.”)

El tweet cerraba con los iconos de las banderas de Israel y los Estados Unidos; sin duda emulaba, no sé si consciente o inconscientemente, los tweets del propio Trump: “Great success. Great idea.” Me llevé las manos a la cara y dije: “no lo puedo creer…”

Empecé a leer las reacciones de importantes miembros de la comunidad judía en México, todos rechazando y condenando las palabras de Netanyahu: Mony de Swaan, Jacobo Dayán, Leo Zuckerman, Enrique y León Krauze, Salomón Chertorivsky, Ezra Shabot, etcétera. La comunidad judía estaba indignada, avergonzada, disgustada por las palabras del Primer Ministro de Israel. De inmediato y de manera oficial el Comité Central de la Comunidad Judía en México y la Tribuna Israelita se deslindaron de Netanyahu y rechazaron con contundencia su postura sobre el muro. Un poco más tarde, ese mismo sábado, habló el embajador de Israel en México, Jonathan Peled, y explicó, o intentó explicar, que el sentido de las palabras de Netanyahu no era lo que todos creían, que el Primer Ministro se refería a la experiencia particular de Israel en materia de seguridad –a juzgar por lo que dijo, les ha ido muy bien con ese muro de la frontera sur–, y de ninguna manera a la relación entre México y los Estados Unidos.

Alrededor de las 19:00 horas escuché la entrevista en Radio Fórmula que le hizo Primitivo Olvera a Jonathan Peled, y la verdad es que no quedé muy convencido de la explicación. Las palabras escritas en Twitter por Netanyahu eran claras, no hacía falta explicar nada. Al escuchar al embajador de Israel tuve la sensación de que trataba de arreglar el lío que le dejó su jefe, el Primer Ministro, y si bien lo hacía de buena voluntad y se refería a la amistad y buena relación que existe entre México e Israel, en el fondo no lograba desvanecer la inquietante exactitud de las palabras de Netanyahu. Era tan claro el tweet de Netanyahu, que el mismo @POTUS lo retwitteó. Me imagino a Trump en la Casa Blanca, fanfarrón y emocionado, al saber la noticia: “I love this guy from Israel!”.

Siempre he sentido una gran admiración y simpatía por los judíos; el error de Netanyahu –quiero pensar que ha sido un error y no simpatía y apoyo abierto a las políticas xenófobas y racistas de Trump– no borrará ni disminuirá para nada mi sentimiento de solidaridad y admiración por los judíos. Lamento que no se haya retractado el Primer Ministro hasta el momento: él mismo, sin intermediarios. Me emociona y aplaudo la reacción de la gran comunidad judía mexicana y de los intelectuales judíos en contra de la postura de Netanyahu, y me adhiero al comunicado de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Peled insiste en que no es una postura sobre el muro de Trump, sino una compartición de la particular experiencia de Israel en materia de seguridad y de muros. ¡Ja!

Europa. 1942. Plena guerra mundial. La “Solución Final” ya no es una idea, sino una decisión que se está ejecutando. Ahora imaginemos a un gobierno o institución que hubiese compartido y puesto a disposición del Reich su particular experiencia logística en materia de movilización de prisioneros y manejo de campos de concentración. ¿Ustedes creen que poner a disposición tan particular experiencia no hubiese implicado un posicionamiento, aunque sea indirecto, sobre el genocidio que se estaba llevando a cabo?

¡Shalom, Señor Netanyahu!

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