Elegir la apariencia

El proceso electoral está por terminar. El proceso electoral está por terminar. Los debates llegaron a su fin. Los candidatos están apunto de cerrar sus campañas. Muchas personas ya saben por quién votarán. Otros, los millones de...

22 de junio, 2018

El proceso electoral está por terminar.

El proceso electoral está por terminar. Los debates llegaron a su fin. Los candidatos están apunto de cerrar sus campañas. Muchas personas ya saben por quién votarán. Otros, los millones de indecisos que dicen haber, están por tomar una decisión.

Los candidatos y sus equipos de campaña están muy preocupados por aquellos que todavía no se decantan por uno u otro. Sí, los quieren a todos de su lado, los quieren en número, en cifras -a los políticos no les sirven los rostros ni los nombres: lo humano-, para ganar la elección. Dicen que los indecisos lo resolverán todo. Están seguros.

Por esa razón continúan alimentando la apariencia hasta el final. Por eso la importancia de la opinión que generan de cara a los electores. Por eso aspiran a conseguir un cierre de campaña que provoque algo, para seguir en pantalla, para lograr convencernos de que son el producto correcto. La publicidad, siempre.

Saben que sí, que en México y en muchas partes del mundo, las propuestas de campaña son meras acompañantes de lo que representa el candidato o candidata: su forma de hablar, de vestirse, de comportarse; su presencia y formas, el aspecto, con las que logran una opinión, es lo que a fin de cuentas consumimos.

Se vota por el producto, su exterior –por eso el interés de siempre estar expuesto en cualquier medio masivo de comunicación: necesita venderse, necesita aparecer en contextos útiles, cercanos, ambientes que se apeguen a la realidad del elector-. Si funciona o no, si se romperá en poco tiempo o no, poco importa: hoy es lo inmediato.

Los “cómo” se lograrán las promesas de campaña se dejan a un lado –entendamos que ellos no buscan explicar si son viables o no sus propuestas, si existe la infraestructura para lograrlas- porque no es importante, porque no es lo que se está ofertando. Y en una suerte de complicidad, lo aceptamos de esta manera.

Por ello no es de extrañar que la demagogia o ideas populistas estén utilizándose cada vez más, no solo en México, sino en todo el mundo con fines de enaltecer su imagen, de llevar la opinión pública que tenemos de ellos, a lugares mágicos y divinos -las propuestas resultan complementarias: son la vestimenta del candidato, el broche de oro.

No por nada uno de los escritores más claros a la hora de hablar de fanatismo y populismo, Amos Oz, dice: “cuanto más complejos se van haciendo los problemas, más y más gente está hambrienta de respuestas muy simples. Una fórmula que lo cubra todo”.

Una fórmula que pueda ser vista, una representación con la que pueda sentirse identificada –que sea él mismo una respuesta a todo-, un perfil concreto y cercano: el candidato –no digo candidatas porque la única que había decidió que lo mejor era rendirse.

Así, en estos últimos días de campaña tendremos que conformarnos con lo que nos ha dejado esta contienda de descalificaciones, señalamientos y denuncias; es decir, la decisión final se irá para uno u otro lado, finalmente, basándonos en lo único que nos dejan ver los candidatos: su superficialidad.

Es lo que hay. Es lo que nos dejan.

No esperemos más explicaciones a sus propuestas de campaña, no busquemos lo que no vamos a encontrar.

Si quisiésemos que el sistema de elección se reconfigurara, que fuera otro donde el análisis profundo sea útil y por ende eficaz, habría que repensar el método con el que se llevan a cabo las campañas, las elecciones, para que en el futuro tengamos mejores resultados –entonces sí cobraría sentido la llamada “reflexión del voto”.

Hoy ya es tarde. Hoy solo hay 3 -¿son 4?- opciones. Hoy solo nos queda seguir consumiendo la pura y dura imagen que representan, la que nos han dejado los candidatos.

Teniendo siempre el deseo, la esperanza, de que algo de lo que han dicho sea cierto.

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