La razón de la empresa

Las últimas semanas han despertado inquietudes en el ámbito empresarial, tal vez impulsadas desde el entorno político… Las últimas semanas han despertado inquietudes en el ámbito empresarial, tal vez impulsadas desde el entorno político, y más allá...

18 de junio, 2018
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Las últimas semanas han despertado inquietudes en el ámbito empresarial, tal vez impulsadas desde el entorno político…

Las últimas semanas han despertado inquietudes en el ámbito empresarial, tal vez impulsadas desde el entorno político, y más allá de este entorno, inundado de expresiones, conjeturas, representatividad social, adecuaciones de comportamiento y guía de opinión, alerta en la verdadera conformación de la empresa como agente económico ignorado en su verdadero entorno y juzgado desde una óptica equivocada: la del dominio, terreno efímero en su concepción de las prerrogativas del poder y la influencia. Nada más alejado de la realidad. Es finalmente el dinero, la circunstancia que arroja el primer juicio equivocado y dirigido al sector responsable de crearlo para la supervivencia atada al crecimiento y sustento de su actividad. El repaso del fin último de la empresa que cifra la maximización de utilidades como recurso primordial, sería como atar toda actividad económica a una competencia desprovista del espectro de la satisfacción y de la protección del orden de consumo, en respeto irrestricto de una legalidad.

La misión de la empresa es múltiple, abarca y nutre amplias fases y necesidades para elevar la expectativa de salud, de bienestar, de mejora y calidad de vida; adapta sus principios y filosofía de existencia a valores que dignifican la convivencia y la oferta, ámbito sin prerrogativas y sin dominio. Es ahí en donde radica su valía, es en ese terreno donde prueba su habilidad para subsistir. Se llama competencia. Para el juicio ligero, desde una tribuna en donde la dádiva es sinónimo de tutela de cotos de poder, se convierte en otro síntoma: prepotencia. . Para los críticos, los receptores de esas dádivas, justas o no, la mesura del capital no tiene paralelo cuando la mano extendida en la creación de una agrupación equiparable a una participación de una minoría que extiende lazos sin dogma ni doctrina, recibe cantidades nunca equiparables al esfuerzo de mercado de una empresa. Esa discrepancia en el esfuerzo y en la ingeniosa concepción de adhesiones, crea un abismo de interpretación de la vida económica de una nación.

Lo anterior tiene nombre, se llama partido político y en la acepción a la que se dirigen estas líneas, movimiento, como anticipación y reto del orden pactado de nuestra historia moderna. Reúne prerrogativas más allá de las concesiones de una ley que llama a la participación democrática; llama al dispendio y a la discreción en el uso de recursos de todos, los públicos. La simple voluntad de unión relativa enfrenta el riesgo del capital de una empresa, desafíos que caminan en rumbos distintos: en la primera, el recurso, abundante, no requiere de rendición de cuentas; en lo segundo, el estricto apego a la ley tiene un rigor inquebrantable, amén de una vigilancia indubitable.

En los dos caminos existen agrupaciones institucionales que permiten la expresión, foros que conjugan no solamente ideas, convivencia; en ellos se alude a la discrepancia de metas de país que no han diferido en una o dos generaciones. Se percibe ambiente ajeno a la ruta de una nación que ha seguido una senda de armonía con el resto del mundo. Vienen espectros de naciones en derrota, en decadencia; afloran las alusiones a modelos cimentados en la voz popular que confunde pueblo con población, antónimos que desecha la historia, en ese denuedo que ilumina entendimiento antes que imposición. Aflora el autoritarismo, el populismo como fórmula de expresión del miedo a la libertad, libertad capturada en un sentimiento impuesto desde la fatuidad de la negación del orden, del camino recorrido, no para corregirlo, para negarlo de origen. Viene el encuentro: dos perspectivas antagónicas, una reúne las defensas del orden, de las costumbres, de las aspiraciones; la otra apuesta a la marginación, al dictado, para emular rincones de una tierra sin presente, para repetir carencias y privaciones de modelos retrógradas y en franca obsolescencia.

Surge la voz firme del empresariado, firme en sus convicciones y en sus logros, en sus afanes libertarios, como son sus mercados y sus metas, sus planes y sus ambiciones, ambiciones que nutren vida armónica e institucional, de crecimiento, y aportando satisfactores que todos desean, que todos anhelan para los suyos, para la comunión del alimento y el desarrollo.

Surge la reflexión del momento, de la modernidad innegable, del sueño que acompasa la vida de los que vienen, surge la empresa de todos, la vida misma reflejada en la mira de los que apuestan por todos, en su riesgo y en su misión de capturar futuro sin horizontes…esa es razón suficiente para justificar la voz de la empresa, para defender sus fronteras, para respetar su trayectoria en esta nación que camina del lado de la historia y que es contestataria de una fuerza de reciente creación, de una fuerza que atrae conceptos probados y fallidos de naciones en decadencia, proyectos totalitarios que amparan visión mesiánica y simplista de los telares de un mundo complejo y a la vez ordenado en el intercambio de su esencia y afanes comunes. La imaginaria de un puñado de naciones en descomposición altera y deslumbra el sentido de lo nuestro, desafía el orden de la expresión de la libertad de crear y proveer, de edificar y competir, de crecer y permanecer. No debe ampararse. Esa empresa que no es empresa, es movimiento sin significado, sin lógica y sin credo. Esa no debe ser nuestra.

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