“Pink, el rosa no es como lo pintan” o la intolerancia de la tolerancia llega a Netflix

“Netflix retira de su catálogo Pink, el rosa no es como lo pintan, por difundir la homofobia”.   “Netflix retira de su catálogo Pink, el rosa no es como lo pintan, por difundir la homofobia”. Este fue...

27 de abril, 2017
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“Netflix retira de su catálogo Pink, el rosa no es como lo pintan, por difundir la homofobia”.

 

“Netflix retira de su catálogo Pink, el rosa no es como lo pintan, por difundir la homofobia”.

Este fue el titular de muchos medios de comunicación desde la semana pasada y en muchos foros que se especializan en cine, se volvió el mayor tema de discusión, al grado que hoy siguen saliendo mensajes nuevos sobre el tópico. Y no es para menos. Lo primero que hay que entender es que Pink (2016, Francisco del Toro) es en realidad una película homófoba, que defiende, según sus productores y su director, la posición de la iglesia católica sobre las familias homoparentales. Comienza cuando una pareja de homosexuales, totalmente clisé (el papá es gay de closet y la “mamá” una loca desmecatada, bastante grotesca), adoptan un gordito, despistado y mal actuado mozalbete. El principal defensor de esta familia es el cuñado liberal del amanerado papá/mamá, quien defiende a capa y espada los derechos de la comunidad LGBTYANEXAS de poder casarse y adoptar, porque lo importante es que con amor se puede todo. Según la tesis de la cinta, la homosexualidad se puede curar con voluntad divina, porque, según la ciencia (así de contradictorio), se debe a un evento traumático ocurrido en la infancia o la adolescencia. Además, se plantea que los gay o lesbianas no son aptos para poder llevar una familia sana porque sufren depresión por el rechazo social, además de ser muy promiscuos. El último tema que se plantea es que Dios castiga a los que apoyan o practican la sodomía: El papá/mamá se “cura” de su jotería con la ayuda del Señor, pero no se salva del castigo por su promiscuidad y resulta que su ex marido lo contagió de SIDA, mientras que el cuñado liberal, como castigo a sus constantes loas a las parejas de pervertidos desviados y fans de la Trevi, que adoptan niños, productos del amor fallido de los heterosexuales, recibirá la desagradable noticia de que su hijo se volvió una marica más desagradable que la “Galatzia”. Cinematográficamente, la producción es una nulidad, llena de clises, malas actuaciones y mucho más maniqueísmo que en La rosa de Guadalupe. Es alarmante que lo mejor de la cinta sea la actuación de Roberto Palazuelos. Eso, por sí sólo, habla del mal estado de la obra.

Ahora viene lo bueno, porque sé que muchos me van a mentar la madre. Estoy totalmente de acuerdo que la cinta es una porquería, pero de ahí a que lo esté con su salida de Netflix, hay un buen trecho. Para empezar, fue un error de la plataforma subir una producción que no tiene la mínima calidad requerida para estar en un sitio así, además de lo infame de su mensaje. Pero siendo franco, nunca debieron sacarla de circulación. Era evidente que se interesarían en ella. Aunque desde el momento de su estreno en cines generó polémica por lo reaccionario de su mensaje, al grado que sólo Cinemex se atrevió a exhibirla en algunas salas medio clandestinas, vendió suficientes boletos y se rumora que salió a la semana de cartelera no por falta de quórum, sino por las críticas negativas y las protestas por su estreno en redes sociales y medios. Y eso significaba público para la porquería; otra vez el cochino dinero le ganó a la calidad. Pero como castigo, desde que la plataforma anunció su estreno, empezaron los hoy temidos dislikes, los pulgares que emulan la decisión de vida o muerte en el circo romano, pero hoy los romanos se llaman millennials y el circo son las redes sociales. La salida de la cinta fue aplaudida por la CONAPRED, que en su cuenta de Twitter celebró “la decisión de retirar contenidos que fomentan la discriminación, prejuicios y estereotipos en contra de la comunidad LGBTI”. Pero seamos francos, en la plataforma hay muchos materiales que pueden considerarse inapropiados, como Rosario Tijeras, La reina del sur, Breaking Bad, Macho, Dios está muerto, etc., que distan mucho de ser moralmente correctos. En cuanto a la baja calidad de Pink, materiales como El ángel más pequeño, El sexo me divierte 2 y otros, no hablan muy bien de ellos. Incluso, Cicatrices (2005), una cinta anterior del mismo creador de Pink y que planteaba que la violencia intrafamiliar se debía a que las mujeres se alejaron de Dios, sigue en su catálogo, y nadie se queja.

El problema con Pink no es su homofobia, sino que habla mal de todos los involucrados en su salida. El hecho de que Netflix aceptara sacarla (más por cuestiones económicas que por otra cosa) significa que incluso los que se quejan de la discriminación son intolerantes y discriminatorios. La cosa es sencilla. Un católico de ultraderecha tiene el mismo derecho que un liberal de izquierda pro derechos humanos de contratar la plataforma y de elegir lo que quiere ver, de decidir con qué concuerda y con qué no. Cuando se estrenó Garganta profunda (Deep throat, 1972, Gerard Damiano) la respuesta de los productores y el público ante las protestas de los más conservadores y grupos religiosos fue, “Si no te gusta no pagues por verla” y quienes se quejaron de ella, eran tachados de intolerantes y reaccionarios, y sus argumentos de poco sustentables. Y lo mismo ha pasado con casi todas las cintas anticatólicas y polémicas que gustes y mandes. Hoy, lo mismo aplica a la inversa: Si no te gusta algo de Netflix, no lo veas, no lo pagues y vete a otra plataforma o compra lo que quieras ver. No se trata de si es un mensaje a favor o en contra de algo, sino que por desgracia, la libertad de expresión significa que cada quien pueda decir lo que quiera, esté o no de acuerdo con lo que piense cada quien. Si quieres o no escuchar el mensaje, es cosa tuya.

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