Como te ven, te tratan ¿Qué no?

Es algo que desde siempre se ha dicho y que nos han repetido hasta el cansancio en la radio, la televisión, nuestros familiares, etc. Es… Es algo que desde siempre se ha dicho y que nos han...

19 de mayo, 2015
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Es algo que desde siempre se ha dicho y que nos han repetido hasta el cansancio en la radio, la televisión, nuestros familiares, etc. Es…

Es algo que desde siempre se ha dicho y que nos han repetido hasta el cansancio en la radio, la televisión, nuestros familiares, etc. Es una idea injusta, frustrante y desalentadora. Por un lado, podríamos pensar "mis habilidades están por encima de todo eso, ¿por qué se me juzgaría por algo tan superfluo?", y, por otro,  "lo que no tengo en habilidades lo compenso con presentación". La gente con mejor presentación y menos capacitada que otros se quedan con el empleo. Desgraciadamente, esta es la realidad en la que vivimos.

"Qué me pongo?" y "¡No tengo nada qué ponerme!" son dos cosas que nunca dije gracias al uniforme que fue mi bendición y mi cruz durante los primeros dieciocho años de mi vida. Imagínense a ustedes mismos a los dieciocho, ¿habrá algo más cruel para un adolescente que su propio reflejo a las 5:30 de la mañana?

Cómo olvidar la humillación que representaba tener que andar por la vida con una calceta roja en un pie y una blanca en el otro para distinguir entre derecha e izquierda. "No sólo me veo como una tonta", pensaba, "¡sino que están implicando que no sé distinguir entre izquierda y derecha!" Estaba tan indignada como lo pueda estar alguien de cuatro años. Cuando por fin se acabó ese trauma me sentí triunfante. Nunca me imaginé que, más adelante, otras cosas se convertirían en mi proverbial "calceta roja-calceta blanca".

En mis últimos años de primaria mis compañeras ya empezaban a enrollar sus faldas en la cintura para que les quedaran lo más cortas posible y yo me rehusaba. Es más, entre las calcetas kilométricas y mi falda a la altura de las rodillas, no había centímetro de mi cuerpo que quedara descubierto. No lo hacía porque pensara que me vería mejor, al contrario, me veía fatal y lo sabía, pero bueno, por algo siempre tuve fama de contreras. En parte creía que ya había hecho las paces con el hecho de que el uniforme nunca se me iba a ver regular siquiera, mucho menos… bien.

Lo peor de lo peor era el uniforme de Deportes, no sólo porque implicaba la promesa de alguna actividad física, sino también porque era obligatorio usar short. Sí, el temido short. No sólo fue un trauma, también un suplicio, una tortura. Me quebraba la cabeza pensando qué diría en la semana para no tener que ponérmelo, y si de paso me libraba de estar en la clase, mucho mejor. Creo que abarqué todos los pretextos, no faltaban los clásicos, "se me olvidó" y  "no tengo"; el que nadie se atreve a cuestionar, "me está bajando";  y el siempre infalible "no quiero".  "Morales, ¡póngase el short!", "Morales, si la próxima semana no trae el short, ¡la repruebo!", "Morales, ¿ahora sí trajo el short o le está bajando, otra vez?", "Morales, es usted muy irregular, chéquese", me decía el igualado cuando usaba dos semanas seguidas ese. Sobra decir que no hubo año que no hiciera un examen extraordinario de Deportes. En fin, así me la pasé durante secundaria y prepa.

Cuando entré a la universidad me enfrenté a situaciones muy diferentes. Primero, quiero aclarar que no me gusta hacer generalizaciones, ni nada, pero si lo digo es porque lo viví. Yo estudié Ingeniería y Producción Musical, o sea, estaba rodeada de músicos . Repito, no quiero generalizar, pero, al menos en mi escuela, todos los músicos eran… unos mugrosos. No cabía duda que todos teníamos un concepto diferente de lo casual. Para la gran mayoría no era algo exclusivo de su vestimenta, sino que lo llevaban aún más lejos bañándose, quizá, dos veces por semana, máximo. Ni hablar de su ropa, que no gozaba del mismo privilegio.

No quiero ser injusta, digo, todos hemos sido víctimas de las prisas y no nos queda otra más que ponernos algo con un ligero "aroma a éxito", o sea, olor a varias puestas anteriores. ¡Pero tampoco hay que pasarse! En un salón de clases, encerrado y con treinta y tantas personas, se mezclaban toda clase olores, ¡la de historias que podrían contar esos jeans rotos! Y yo me preguntaba "¿cuántas borracheras/crudas más tendrían que pasar para que consideren imperativo lavar su ropa?" Una amiga mía diría "¡equis, somos chavos!", parece que mostrar un mínimo de esfuerzo e interés en nuestra apariencia no es bien visto entre mi gente, ¿será que la apatía que caracteriza a mi generación afecta también nuestra higiene?

En fin, mi concepto de casual, luego aprendí, era muy diferente al de los demás. En un día normal me vestía con suéteres largos (variaban en color y grosor dependiendo), jeans y tops (casi siempre negros) y botas de piel negras. Para mí, eran cosas buenas, bonitas y cómodas; mi mamá me veía con desaprobación algunas veces, pero no decía nada; y para mis compañeros era demasiado arreglo. Varias veces, los que no me conocían, llegaban a hablarme de usted pensando que era una maestra o la mamá de alguien, el horror. ¡El colmo era cuando de plano me soltaban el "señora"! "¿Por qué el señora?", siempre me quedaba con las ganas de preguntar. No creo que la juventud y el arreglo sean conceptos excluyentes entre ellos…¿pero y si sí?

En varias ocasiones tuve la oportunidad de visitar a dos amigos en sus respectivas escuelas, ninguna de las dos tan alternativas como la mía, y  nadie me veía dos veces. Ni por desarreglo, ni por… "sobrearreglo"; nadie me habló de usted. Todos iban vestidos de acuerdo a sus propios conceptos de "casual", también noté que iban bañados y hasta olían bien; fue una experiencia totalmente diferente. 

No fue hasta la universidad cuando comprobé lo cierto de esta frase que menciono. Mi arreglo me ha costado críticas, miradas de extrañeza, y hasta burlas, por otro lado, también se me ha tratado con deferencia; me ha servido para conseguir una mejor oficina y hasta para saltarme largas filas al baño. A final de cuentas, la percepción que los demás tienen sobre nosotros es algo tan arbitrario y subjetivo que no hay manera que no lo podamos controlar y usar a nuestro favor. Total, si hemos de tener etiquetas, ¿quién mejor que nosotros mismos para escogerlas?

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