Cartas a Tora LXV

Querida Tora: Querida Tora:          Esta vez llevaron los vecinos al portero al borde del agujero del patio, para que viera que las orillas se están desgajando y que el agujero se está habiendo más grande. Él...

8 de diciembre, 2017

Querida Tora:

Querida Tora:

         Esta vez llevaron los vecinos al portero al borde del agujero del patio, para que viera que las orillas se están desgajando y que el agujero se está habiendo más grande. Él miró con mucha atención; dijo que sí, que, efectivamente, cada día era más peligroso acercarse al agujero y que le iba a poner pronto remedio al asunto. En realidad, en lo que estaba pensando era en el vestido que le había pedido la Flor para la fiesta de su amiga la Flor de Humo y Terciopelo, que va a celebrar el primer mes de vida en común con su nueva pareja. ¡Un mes ya! Y parecía que había sido ayer cuando…

Eso era lo que estaban diciendo los vecinos; que parecía que había sido ayer cuando el patio tenía todas sus losas, cuando el drenaje funcionaba más o menos bien. Y él contestó que sí, que era una pena ver el patio así, etc., etc.. El rollo que les echaba siempre. Pero le empezaron a preguntar que cuándo, por favor, cuándo… cuando oyeron una algarabía terrible. Todos, con el portero a la cabeza, corrieron a ver qué pasaba y se encontraron al muchacho del 17 pegándose con el del 18. Los de esas viviendas siempre están peleando: que si me echaste tu basura, que si mojaste mi piso, que si tu marido se mete a mi casa “por error”, que si se acuesta en mi cama “por equivocación”… Y ahora, los chamacos discutían por una bolsa de canicas.

Los separaron y los sujetaron para que se calmaran. Pero ellos seguían insultándose, a viva voz y con señas. Y eso le dio una idea al portero: organizar una pelea de box entre ellos, para distraer a los vecinos. Todos aceptaron, encantados. Sobre todo los contrincantes, que empezaron a entrenar enseguida bajo la dirección del señor del 33, que en tiempos fue “second” (asistente, en inglés) de un boxeador. Siempre había gente viendo los entrenamientos, juzgando cuál era mejor; y eso dio al portero otra idea, que esperaba le resultara muy productiva. Puso manos a la obra y organizó un sistema de apuestas con los apostadores de los gimnasios cercanos. Él juzgó que el del 17 tenía más “punch” (Pegue, puñetazos más fuertes, para que entiendas. También es inglés) y decidió apostar todas las cuotas vecinales que recaudara hasta esa fecha.

Los apostadores quisieron vender boletos, pero los vecinos no lo permitieron, alegando que era un problema de política interna de la vecindad y que con eso nadie podía lucrar. Pero a las apuestas todos le entraron, y el del 56 apostó todo lo que tenía: dos paquetes de sopa de letras.

El portero, que no da paso sin huarache, fue a todos los entrenamientos y pronto estuvo convencido de que el del 17 tenía más probabilidades de ganar, porque era más marrullero y más farolón (o sea, más espectacular). Y se apuró a cobrar las cuotas del mes. Sólo le faltó la cuota de los del 33, que ya la habían apostado al muchacho del 18. De todas formas, ya había juntado una buena cantidad; y con lo que ganara podría comprarle el vestido a la Flor, un traje para él, unas alfombras para el coche y hasta un buen regalo para la festejada; y si administraba bien el dinero, le alcanzaría para unas vacaciones en la Riviera Maya. Lo del agujero podía esperar hasta el año siguiente. Ya encontraría la forma.

Así pues, hizo mucha propaganda en el barrio, y a la pelea llegó gente de todos lados. No pusieron sillas, porque no cabían; estaban todos de pie, hasta unos en los hombros de otros, con las consiguientes molestias. La venta de chelas (ya sabes lo que es, ¿no?) y de tortas, manejadas por el portero, prometía ser excelente.

Sin embargo, el portero quiso asegurarse y le dio al muchacho del 17 dos piedras, de las mismas del agujero, para que las pusiera en los guantes y así pegara más fuerte. Pero en el último momento los jueces (porque tuvimos jueces y todo) pidieron revisión de los guantes; y el del 17 apenas logró sacar las piedras y ocultarlas en las manos; y al volverse a poner los guantes, las piedras no quedaron en la palma de la mano, sino en el dorso. Y cuando lanzó el primer puñetazo le dio al del 18 en la cabeza. Pero como el del 18 la tiene muy dura (y como prueba, en la escuela no le entra nada), tampoco el golpe le entró. Sí lo lastimó un poco, pero sólo un poco, sin hacerle mucho daño. En cambio, al del 17 la piedra le rompió tres huesos de la mano, y ya no pudo seguir peleando. Se descubrió el pastel (Es una forma de hablar. Te das cuenta, ¿no?) y lo descalificaron, por lo que ganó el del 18. Hubo muchas protestas, diciendo que al haber trampa las apuestas no valían (hubieras visto cómo se puso el portero, cómo atacó a “esos procedimientos corruptos”). Pero los apostadores se impusieron (traían más guaruras que el portero) y los que le apostaron al del 18 ganaron.

¿Te imaginas cómo acabó el portero? Lo único que le quedó fue la cuota de los del 33, que la pagaron en cuanto cobraron su apuesta; y con eso no le va alcanzar ni para las medias de la Flor. Y como las chelas y las tortas no se vendieron, porque la pelea acabó en tres segundos, tuvo que ir con la prestamista de la otra vecindad para poder comprarle el vestido. Porque a la fiesta tiene que ir con vestido nuevo. Pero él no pudo estrenar traje; y mucho menos, irse a la Riviera Maya. ¡Ah, pero al muchacho del 17 le dio una buena felpa! Bueno, él no. Él es incapaz de pegarle a alguien a traición, pero mandó a sus guaruras, que lo dejaron tendido en el suelo; sin huesos rotos, porque saben hacer bien las cosas. Pero el muchacho se pasó ocho días en cama, sin poderse mover y casi sin poder pasar agua. Pero fue una desgracia con suerte, porque se le quitó lo peleonero; y ahora, en cuando ve al del 18, se mete corriendo a su vivienda.

Bueno, mi amor, te dejo. Ya casi es de noche y voy a subirme a la azotea a maullarle a la luna. Es medio aburrido, pero en las noches no hay nada que hacer. Pero lo menos, no hay nada decente que hacer. Ciao.

Te quiere,

             Cocatú

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