Apuntes sobre la prohibición y el miedo

¿Por qué alguien prohíbe? ¿Qué entendemos cuando hablamos de prohibición? ¿Por qué alguien prohíbe? ¿Qué entendemos cuando hablamos de prohibición? Vivimos en la época de las prohibiciones. Vivimos en una era de falsa libertad: nos hacen creer...

6 de octubre, 2016
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¿Por qué alguien prohíbe? ¿Qué entendemos cuando hablamos de prohibición?

¿Por qué alguien prohíbe? ¿Qué entendemos cuando hablamos de prohibición?

Vivimos en la época de las prohibiciones. Vivimos en una era de falsa libertad: nos hacen creer que podemos pensar y decir lo que queramos, que tenemos el libre derecho de expresar lo que sea; sin embargo, esto no es así.

Las redes sociales han servido para darnos cuenta del poder de la prohibición con relación a la palabra; éstas han desvelado el totalitarismo que impera en el interior del individuo, exacerbado por circunstancias propias de un desmoronamiento social tangible.

Más que prohibir palabras, prohibimos su sentido y más que ese sentido, la interpretación: aquello que se prohíbe no es el sentido en sí de la palabra dada por el emisor, sino la interpretación de aquél que la recibe.

¿Cuántas veces hemos visto a personas disculparse por algún comentario que, en realidad, viéndolo objetivamente, tiene una interpretación concreta y que sin embargo, se ha entendido o malentendido de tal manera que el primer significado se desvirtúa para volverse un sinnúmero de significados, resultado del mismo número de interpretaciones que han dado la misma cantidad de personas que se han dejado llevar por lo emocional?

La redirección que toman las interpretaciones con respecto a las ideas tiene más que ver con el sentido emocional.

No es extraño que esto sea así debido a la incalculable cantidad de tragedias y desventuras que ocurren en nuestro país.

Estamos enojados, sí, pero este enojo nos está llevando a tener la piel muy delgada, a exacerbar aquello que creemos correcto y denunciar lo que interpretamos como fuera de lo normal o distinto, tanto, que nos asusta.

El miedo es la prohibición: aquello que tememos es lo que nos guía a censurar la palabra del otro, callarlo, para que no se trastoque esa serie de ideas que nos sirven de ancla para no perdernos en la incertidumbre que se presiente en lo nuevo.

Alguien que prohíbe es alguien que teme el futuro, alguien que prefiere ver cómo arden todos junto con él por el temor a adentrarse a buscar una salida.

No es extraño entonces que ideas trasnochadas, pensamientos y cuestionamientos pasados que al día de hoy parecían resueltos resurjan, debido al retroceso social provocado por la petrificación causada por el miedo al futuro, a aquello que no vemos, ahí, donde ocurre la bifurcación: el sí y el no, el estaremos bien o no, nos irá mejor o no, y ante la duda…

Por eso se callan las voces de los otros, por eso se desvirtúan los sentidos de las ideas de los demás, por eso se tergiversan ideas que sabemos distintas a las nuestras, porque esos diferentes (y hablo de cualquier tipo de idea de cambio en cualquier área individual y social) nos empujan a tener que decidir, a tomar decisiones que no queremos hacer por el temor a la incertidumbre del cambio —incertidumbre como perpetrador de las injusticas.

Y entre los que prohíben por miedo (por intereses) y los que (superando sus miedos) empujan a los cambios, a ser un poco más libres, el choque violento.

A este respecto, Jean—Claude Carrière dijo: “una vez que alguien te ha metido en la cabeza que no tienes que pensar en algo, piensas solo en eso. La prohibición crea una obligación” y así, el encono, la confrontación se crea entre los que prohíben y los que buscan la libertad.

Estos últimos se ven obligados a deshacerse de las ideas de los que prohíben, y los prohibicionistas se ven igualmente comprometidos con las ideas que los han obligado a mantenerlas vivas.

De esta manera, el que prohíbe no solo es el enemigo de las libertades sino que es aquel que provoca los más grandes horrores de la humanidad: pone el tablero e inicia el juego (bélico, malicioso) del que no podemos rehuir debido al sentido de injusticia que el propio escenario genera, y que las personas libres perciben y combaten.

Infortunadamente, en este juego nadie gana (ahí, la decadencia). No hay salida. No hay final feliz: la lucha es y será interminable al igual que el miedo, al igual que los que se aprovechan del miedo –aumentándolo y alimentándolo— de los demás.       

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